LA VANGUARDIA, Vivir / Jueves, 16 de diciembre de 2010
Cuadruple asesinato en Olot
José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista
Las crisis, de todo tipo, confrontan a cada uno con sus límites ya que siempre implican algún tipo de pérdida, ruptura o incertidumbre. Puede tratarse de una separación de pareja, la muerte de un familiar, la ruina económica o una enfermedad grave.
Ponen de manifiesto lo que es soportable, para el sujeto, de esa nueva realidad y las maneras que encuentra para recomponer su mundo. Las respuestas son, por tanto, muy diversas pero siempre relacionadas con sus antecedentes vitales, su biografía y sus vivencias.
En muchos casos conocemos detalles, con posterioridad al suceso, que nos hablan de conductas, ya existentes anteriormente, y que a veces pasaban desapercibidas -por su carácter discreto- o bien por eran consideradas por sus conocidos como "raras" pero carentes de rasgos violentos. Sabemos que junto a estas conductas o creencias manifiestas, presentes en su vida cotidiana, también hay certezas (a veces delirantes) o fantasías latentes no actuadas y reservadas para su intimidad.
La coyuntura de una crisis económica, como la actual, exacerba algunas de estas respuestas violentas ya que expone a muchos sujetos a una vulnerabilidad extrema por la pérdida de su trabajo, sus recursos económicos o el desahucio de su vivienda.
Cuando los signos del Otro (familia, empresa o comunidad) son vividos como rechazo o exclusión: sin trabajo, sin comida, sin vivienda.., el sentimiento de la vida se torna tan precario que en algunos casos extremos asociados a una fragilidad personal previa, puede empujar alguien al suicidio o la agresión mortal hacia aquel que identifica como el culpable de esa perdida. En otros muchos, la mayoría, la desesperación no se traduce en actos violentos pero sí en situaciones de malestar subjetivo que pueden incluir afectos depresivos, síntomas corporales o dificultades importantes en la convivencia familiar o social.