José R. Ubieto. Psicólogo clínico y psicoanalista
Las redes sociales (Facebook, Twitter) son hoy el paradigma de un tipo de lazo –terapias “online” incluidas- donde el cuerpo se escabulle produciendo una pseudo intimidad y de paso un ahorro del compromiso. Se puede decir cualquier cosa sin hacerse responsable de ello y por eso esta conversación virtual está llena de llamadas “perdidas”, citas que no llegan a término o finalizan pronto con decepción.
Siguen la lógica de lo efímero, rasgo típico de la nueva sociedad de la información y de sus tecnologías: lo que hoy parece un boom, mañana caduca sin apenas huella. El universo virtual prima, además, el presente expandido, abolición del pasado y del futuro, como si fuera posible un sujeto sin marcas y sin historia.
¿Quién es, pues, nuestro auténtico partenaire en este “encuentro”? Podemos estar seguros que no es un verdadero otro, alguien distinto (terapeuta o partenaire sexual), sino nosotros mismos y por eso parece más un monólogo narcisista que no un diálogo con su dialéctica propia.
Cuando uno se dirige a un terapeuta mediante la palabra, se pone en juego el resorte del trabajo psicoanalítico, lo que Freud llamó transferencia, vínculo que no puede darse “in absentia o in efigie”. Por eso, cuando se trata del malestar psíquico, el cara a cara, la presencia real del otro, no es sustituible por ninguna tecnología, si bien ésta puede resultar útil para otros intercambios.
Los efectos del encuentro real, que va precedido de una cita, donde hay que poner el cuerpo, además de la mirada y la voz, y situarse frente a otro que no es un avatar, son radicalmente distintos. En el zapping online ese otro es regulable a medida - uno puede conectarse y desconectarse- y los silencios y actos fallidos (lapsus, olvidos), valiosos clínicamente por lo que “dicen”: perplejidad, angustia o sorpresa, se eclipsan en el ciberespacio.