La sociedad dopada
José Ramón Ubieto. Psicoanalista
La
confesión de Lance Armstrong resulta un hecho revelador del creciente “dopaje”
en muchos ámbitos de nuestra vida, no sólo en el deporte. Recientemente Alan
Schwarz, periodista del New York Times, señalaba, en un interesante reportaje
sobre el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad(“Attention
Disorder or Not, Pills to Help in School”), el uso creciente de los
psicoestimulantes en niños procedentes de barrios desfavorecidos como estímulo
de mejora, independientemente de si cumplen o no el diagnóstico. Se trata de
alumnos que presentan dificultades escolares, con bajos aprendizajes y
problemas de conducta. Este hecho tiene un antecedente en
el uso “cosmético” del Prozac y otros
psicótropos usados por ejecutivos y profesionales liberales como refuerzo
químico para afrontar la tensión de su tarea profesional.
Es
conocido también el tráfico de esteroides y anabolizantes entre las tropas
militares, destacadas en países en guerra, como sustancias estimulantes y
fortalecedoras. A la lista podemos añadir el consumo de viagra por parte de
jóvenes para garantizarse una performance sexual, compatible con el ritmo
frenético de la fiesta. Sin olvidar la ingesta regular y en aumento de otras
sustancias estimulantes (alcohol, cocaína).
Este consumo
generalizado surge del empuje al goce instantáneo como vía de la búsqueda de la
excelencia y la felicidad. Promueve así un régimen de autoerotismo que abandona
a los cuerpos a sí mismos, sin más regulación ni mediación que aquella que
deriva del cuerpo mismo. Eso supone gozar sin otro límite que la resistencia
del cuerpo, hasta que aguante o explote como le sucedió al aspirante ruso al
título mundial de sauna, Vladimir Ladyschenski, que en agosto de 2010, sufrió
un colapso y falleció en el mismo lugar de la competición tras alcanzar la
final.
El
imperativo del funcionamiento aparece aquí como un pragmatismo radical aplicado
a la “gestión” del cuerpo como si se tratase de una máquina, conectado siempre
en on. Se revela como un ideal social
cuya faz positiva es la excelencia y el triunfo pero Freud nos recordaba que
todo ideal tiene su reverso y casos como el de Armstrong –no por casualidad el
ciclismo requiere del máximo esfuerzo- nos muestran ese otro lado más oscuro. Estos
días hemos conocido también que las muertes por suicidio entre los militares
norteamericanos, jóvenes que someten su cuerpo al máximo rendimiento, ya
superan las bajas por combate.