La Vanguardia. Tendencias,
sábado 6 de junio de 2015
En la
sociedad del rendimiento todo el mundo debe optimizar su cuenta de resultados.
En el deporte, donde el 80% de los casos de doping en el fútbol americano es
por consumo de anfetaminas, o en el mundo de los negocios donde la moda, entre
los jóvenes brokers de Wall Street es la ingesta de psicoestimulantes para ser
más productivos. En los dos casos se trata de medicamentos previstos
inicialmente para el TDAH.
¿Por qué el
sexo iba a ser diferente? Ya hace veinte años que el viagra funciona para los
hombres y no sólo para maduros necesitados, también para jóvenes que no quieren
“fallar”. Ahora es la hora de las chicas. Fin de la discriminación, ¿quién
estaría en contra?
El pero es
otro y empieza por el malentendido del nombre “viagra femenino”, demasiado
simétrico al de los chicos. El viagra asegura la erección y con ella la
potencia pero el deseo no es la potencia. El deseo es otra cosa más compleja y
difícilmente reducible a un equilibrio de los neurotransmisores como pretende
la fliblanserina.
La dificultad
en conseguir la aprobación de la
FDA americana y demostrar que sus efectos superan al placebo
no es ajena a esta complejidad. El DSH (deseo sexual hipoactivo), otra etiqueta
que señala la ausencia de deseo por parte de algunas mujeres, la mayoría con
pareja estable, va camino de convertirse en un nuevo pretexto para mayor
beneficio de algunos laboratorios.
Freud señaló
la impotencia, la frigidez, la anorgasmia y otras inhibiciones como episodios
normales en la vida sexual de todo sujeto. Nadie funciona a pleno rendimiento
todo el tiempo y con todo el mundo. Él mismo indicó el resorte del deseo
femenino: la fantasía sexual. Las escenas imaginarias que cada mujer recrea son
el verdadero estimulante de su deseo y goce sexual.
Son escenas
variadas y no siempre políticamente correctas. A veces se trata de fantasías de
abuso, violación o castigo. Algunas imaginan ser otra mujer en el acto o se
ausentan de él imaginariamente. Activar esas fantasías, recrearlas, es un
ejercicio en el que la pareja también puede colaborar con sus palabras
retroalimentando así el deseo.