La Vanguardia. Tendencias, 2 de setiembre de 2015.
El verano languidece, la rutina asoma y con ella vuelve el mismo síndrome de todos los finales de verano: el SPV. Síndrome Post Vacacional o dicho de otra manera: “¿y ahora qué?” Un síndrome es un conjunto de síntomas característicos de una enfermedad o de un cuadro patológico determinado. Hasta la fecha nadie ha podido demostrar que el SPV sea algo que justifique un diagnostico y menos un tratamiento.
Claro que cosas más difíciles hemos visto y no hay que
descartar que un día de estos se nos proponga un fármaco eficaz, tras rigurosos
estudios que demuestren su necesidad. Eso ya está inventado
y se llama disease mongering (promoción
de enfermedades), expresión que se refiere al esfuerzo de algunas compañías
farmacéuticas por llamar la atención sobre condiciones o enfermedades
frecuentemente inofensivas con objeto de incrementar la venta de fármacos.
Esa pasión tan actual
de nombrar como síndrome circunstancias de la vida cotidiana, que nunca se
pensaron como enfermedades sino como malestares propios del vivir, tiene más
causas que el lobby farmacéutico. Michel Foucault lo avanzó en los años 70 con
su idea de la biopolítica. Una nueva gestión de los ciudadanos que considera la
salud como el bien supremo, entendida como el funcionamiento óptimo del cuerpo.
Para ello hace falta el control y la seguridad mediante estadísticas y
protocolos, que reducen al individuo a una cifra y un código de barras en forma
de etiqueta diagnóstica.
Cualquier “anomalía”
precisa de esa clasificación, a partir de la cual se establece el protocolo de
tratamiento que puede incluir uno o varios fármacos y la etiqueta
correspondiente. Es una fórmula que ofrece una doble ventaja. Por una parte
nombra lo que nos pasa y le da un sentido. Incluso “fabrica un mundo” (N.
Goodman) alrededor suyo. ¿Cuantos adultos diagnosticados de TDAH se explican, a
partir de esa clasificación psicopatológica, todo lo que les pasó en la vida:
problemas escolares, de pareja, laborales? Como si formar parte de esa
categoría de hiperactivos –o de bipolares- les diese una identidad.
Por otra parte,
refugiarnos en el síndrome es la forma que tenemos de desentendernos de nuestra
responsabilidad en la educación (síndrome del emperador), en las relaciones sociales
y familiares (síndrome de alienación parental) y en nuestra propia intimidad (síndrome
de Peter Pan). La pseudociencia que genera estas etiquetas nos da así una
“solución” fácil y rápida.
¿Y con el SPV que
hacemos, con ese ahora qué? La mejor
píldora es no renunciar al deseo, eviten olvidar las tertulias con los amigos,
lo imprevisto que descubre cosas nuevas, los tiempos muertos de no hacer nada, il dolce far niente. Háganles un sitio
en su rutina otoñal y prolonguen así su estado vacacional. Pero sobre todo no
alimenten la promesa de ser más y mejores a costa de mortificarse. Tendrán
menos éxito profesional, pero quizás descubran que el otium produce un placer al lado del negotium
José Ramón Ubieto. Psicoanalista
*Algunos extractos del texto fueron
publicados en La Vanguardia. Tendencias, 2 de setiembre de 2015. Reportaje “Trastornos
para todo”. http://www.lavanguardia.com/20150902/54436172106/trastornos-para-todo-j-ricou.html