La Vanguardia. Domingo 13 de diciembre de 2015
The Walking Dead es una popular serie en la que el
protagonista es un policía que tras despertar de un coma se encuentra en un
mundo habitado por caminantes. Zombis
salvajes que vagan sin rumbo en busca de comida. Identificado a su condición de
agente del orden, y para asegurar el bienestar de su familia, lidera un grupo
de supervivientes aterrorizados que
levantan frágiles muros para protegerse de esa plaga de caníbales errantes.
¿Se trata sólo de una ficción o podemos tomarla como
una metáfora de lo que pasa aquí y ahora? A juzgar por el éxito de la serie y
por el auge de los partidos de extrema derecha, que alimentan el miedo a los
“nuevos caminantes” aireando ideas xenófobas, no parece tan ajena a nosotros. El “otro extranjero” hoy, más que
nunca, es percibido como el personaje hostil que nos quiere robar o perjudicar
y ante el que hay que interponer vallas para blindarse.
El psicoanalista Jacques Alain Miller señalaba que una
crisis es “lo real desencadenado, imposible de dominar”. Algo irrumpe en
nuestras vidas, en nuestras relaciones laborales, familiares y en nuestra
convivencia social que desborda el orden simbólico que hasta entonces nos
amparaba, marco en cuyo interior nos manejábamos. Sus reglas de juego parecen
estar cambiando.
Eso produce síntomas variados que no dejan a nadie
indiferente. Un rasgo común es la violencia que alcanza de lleno a los cuerpos.
Algunos la padecen al vivir desprotegidos en el umbral de la pobreza, acuciados
por la precariedad laboral y los desahucios. Otros, que lo han perdido todo y huyen
en busca de refugio, sufren el rechazo de los que se atrincheran en su
identidad. Muro tras el que se protegen ilusoriamente de la propia
incertidumbre. Ignoran así su condición humana de caminantes.
Esa violencia no cesa tampoco en la familia y en otros
escenarios (trabajo, escuela) donde el acoso nos habla de las falsas salidas a
eso que se vuelve imposible de soportar para cada uno. El dramatismo del
nihilismo terrorista, como negación de la vida, es otro de los signos más
recientes de esa crisis también identitaria.
Estas respuestas violentas confirman la tesis de Lacan
de que la paranoia está en la base del lazo social. La madre del joven que dejó
nueve muertos en el campus de Oregón, no dudó en amenazar así por las redes:
“Mantengo la pistola y los rifles cargados. Nadie vendrá a mi casa sin
invitación si tiene esta información”. Enfermera de profesión, disponía de un
arsenal en casa con el que su hijo perpetró la masacre.
La cultura de la autodefensa se impone ahora que ya
nadie tiene el monopolio de la violencia, y por tanto todos pueden ser víctimas
del otro, incluso del vecino. Eso les obliga a permanecer alerta, vigilar y
defenderse con todos los medios disponibles.
Claro que lo peor de una crisis no son sólo sus
efectos sino sobre todo no aprovechar la oportunidad de captar sus claves, leer
en ellas la lógica que la sostiene. Krisis
se usaba en medicina para referirse a un cambio brusco en el curso de una
enfermedad que podía significar una cuestión de vida o muerte. Hacía falta
entonces acertar en el juicio clínico para tomar la buena decisión y para ello
se necesitaban la crítica (análisis) y el buen criterio.
Para el psicoanálisis leer es abrir la puerta al
cuestionamiento de lo que causa, para cada uno y para la sociedad, esa crisis.
Interrogarse sobre las respuestas posibles y hacerlo apostando por las
invenciones de cada sujeto, propias pero no sin los otros.