El odio como lazo social
Un tercer fenómeno, el odio que empuja a terroristas y grupos racistas, nos
permite captar otra vertiente de la nueva psicología de las masas en una era ya
post-patriarcal. La figura del lobo solitario, en los casos de terrorismo, o
del asesino en las matanzas urbanas recientes, no nos debe hacer olvidar que,
aunque solos en su acto, se reclaman siempre como pertenecientes a una
comunidad más amplia con la que guardan relaciones muy diversas, desde
militantes hasta simples simpatizantes.
Esa comunidad tampoco tiene un líder o un ideal a partir del que
orientarse. Sabemos que muchos de ellos desconocen la base ideológica (nazismo,
islam) en la que supuestamente se sustentan sus actos criminales. Esas vagas
referencias les sirven más bien de envoltorio de la causa verdadera, el odio
profundo hacia el otro, que vela así el odio a sí mismos, factor que Freud
identificó como el principio de exclusión del sujeto mismo. Todos tenemos cosas
que no nos gustan de nosotros mismos, afectos y sentimientos que nos resultan
insoportables y que por ello expulsamos afuera e imputamos al otro como
culpable, para exorcizar así nuestros demonios internos.
Ese padre, que guiaba los pasos con mayor o menos firmeza, parece ausente
de estas biografías. No lo encontramos en