martes, 11 de abril de 2017

Psicología de las masas en la era digital y post-patriarcal (y V): En busca de la identidad perdida








 

En busca de la identidad perdida

La Vanguardia. Dossier Culturas. Sábado 25 de febrero de 2017


Tenemos pues un nuevo par, un binomio que ya no pasa por el Ideal-sujeto sino por el sujeto y sus objetos de satisfacción. De allí que la incidencia del liderazgo, y de la masa sustentada en él, haya cambiado radicalmente. Ya no construimos nuestra identidad a partir de esos significantes que nos representaban colectivamente en base a ideales religiosos, culturales o políticos. Cada vez nos presentamos menos en sociedad como comunistas, católicos o melómanos. Más bien nos inclinamos por otras etiquetas “más actuales”: hiperactivos, bipolares, hipsters, LGTBI. Nuestras referencias colectivas se apoyan más en el modo de satisfacción, un rasgo compartido con otros y relativo a nuestra sexualidad, manejo del cuerpo o expresión emocional.

Ahora la palabra clave, el significante amo que nos gobierna, no es otro que el goce mismo, la manera en que nos satisfacemos y eso hace que esa identidad, con la que cubrimos el vacío propio del ser humano, entre en crisis más fácilmente. La identidad, en realidad, resulta ser lo más frágil de un sujeto, si la consideramos en su sentido consciente, es decir, aquello que uno dice ser o cree ser.

Por ello recurrimos a todas las fórmulas existentes y nos agarramos a aquellas definiciones prèt-à-porter para obtener ese lugar que todos queremos. Incluso aunque esa definición sea negativa y aparezca como un trastorno padecido (TDAH, Trastorno Bipolar, Autismo). Las clasificaciones médicas, lo que Foucault teorizó como la biopolítica, procura a no pocos sujetos
etiquetas psicopatológicas por las que hacerse representar.

La política, por su parte, se presenta también como una referencia para muchos grupos que hacen de la identidad su bandera nacional o religiosa. Al igual que la vivencia de la sexualidad, que no deja de ofrecer posibilidades identitarias a la carta, recogiendo todas las modalidades de goce sexual, incluidas las asexuales. Todo ello sin olvidar las marcas y los objetos de consumo, que identifican a los sujetos incluyéndolos en comunidades de goce cada vez más globales.

Esa diversidad, presente en la masa contemporánea, cohabita también con un cierto empuje a la homogeneización de esos modos de goce. Lo vemos claramente en las propuestas xenófobas y fundamentalistas y también en escenas como la del bullying. En todas ellas se castiga en el otro la diferencia a la hora de satisfacerse: los infieles son los que no siguen los mismos patrones sexuales, familiares o –como en el acoso- no siguen los cánones estéticos (marcas, obesidad,..) o los estilos de vida popus.

Jacques Lacan nos advirtió ya, en los años 70, de los efectos de segregación que veríamos a medida que esas masas, separadas por las fronteras, fueran acercándose cada vez más, como sucede en la globalización. Hoy lo global es esa marca de goce que hace que pasear por cualquier ciudad del mundo sea ver las mismas propuestas para comer, vestirse o divertirse.

Las crisis identitarias que han comportado todos estos cambios se traducen en situaciones de urgencias subjetivas que constatamos en los servicios de salud, en las escuelas, las familias y en la sociedad misma. Sujetos un tanto desorientados que buscan una referencia y la encuentran, como decíamos antes, en el verdadero significante amo que da hoy consistencia y comanda al sujeto: el goce es el amo mismo. Él es el verdadero secreto de la masa, el cemento que asegura su lazo social y lidera nuestros pasos.

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