Prólogo de José Ramón Ubieto
Freud decía,
refiriéndose a los adolescentes, que se encuentran en un túnel donde tienen que
cavar dos salidas simultáneamente. Por un lado la que les llevará a asumir sus
responsabilidades como adultos (estudios, familia, trabajo) y por otro la que
los constituirá como sujetos con una identidad sexual asumida. Es decir, la que
les llevará a hacerse cargo de su nuevo cuerpo púber, muy distinto del
infantil.
Los padres y os
adultos, en general, estamos muy pendientes de la primera salida y les
recordamos sus deberes como adultos futuros. No es seguro que pensemos en su
segunda obligación, por la que nosotros mismos pasamos y que habitualmente se
presenta como un imperativo más exigente, para ellos, que el que nosotros les
planteamos.
De ahí que en ese
pasaje, a veces oscuro y estrecho, encuentren falsas salidas que los atrapan en
un bucle por más o menos tiempo. Una de ellas es la que los ata a un objeto del
que se convierten en devotos, sea un tóxico (drogas) o una pantalla (móvil,
videoconsola, ordenador). Otra es la que los frena en sus objetivos y los
inhibe en sus aprendizajes (fracaso escolar) o en sus decisiones. Y la última,
y seguramente la más espectacular
, es la que les hace recurrir a la violencia
en cualquiera de sus formas (acoso escolar, violencia filio-parental,
incivismo). Son falsas salidas pero, en la mayoría de los casos, son
temporales, duran un tiempo hasta que el chico o la chica encuentran su propio
camino.
En ese trayecto los
padres, y otros adultos (profesores, familia extensa, terapeutas), les
acompañan con sus propias dificultades. También ellos tienen que salir de la
infancia y “perder” esos objetos infantiles que fueron sus hijos y que ahora ya
van camino de ser adultos.
Mario Izcovich, en
este libro dirigido a los adultos, no da recetas sobre ese acompañamiento, pero
sí propone un método, puesto a prueba durante 30 años de práctica profesional.
Un método sencillo pero eficaz basado en la práctica de la conversación regular
con padres e hijos. Conversar no es el bla bla bla banal que a veces
practicamos para pasar el tiempo. Tampoco, como señala el autor, se trata de
una terapia, si bien sus efectos beneficiosos son claros.
Se trata de conversar
con otros padres, con la ayuda de un psicoanalista que provoca esa conversación
e invita a los padres a testimoniar, en primer lugar, de lo que fue su propio
tránsito adolescente. De esta manera pueden articular sus interrogantes
actuales, sus preocupaciones sobre la educación de los hijos, con las
dificultades –y las invenciones que encontraron para resolverlas- por las que
ellos mismos pasaron.
El método que propone
el autor parte de un firme respeto por la diversidad de estilos, formas y
criterios educativos. No presupone que hay La
solución, así en mayúsculas y en singular, ni tampoco La familia y mucho menos La
adolescencia ideal. Hay familia (s ) y hay adolescencia (s).
Tampoco presupone que
el saber hacer esté del lado del experto y la ignorancia del lado de los padres
que consultan, desorientados y angustiados. No es un método unidireccional que
imparte lecciones. Cada familia, cada padre y madre “saben”, más allá de sus
conocimientos más o menos eruditos.
El saber que cuenta
para nosotros, orientados por el psicoanálisis, es el que cada uno ha ido
construyendo, en buena parte de manera inconsciente y eso lo hace todavía más
operativo, respondiendo a la pregunta de ¿qué soy yo para el otro? ¿Qué lugar
ocupo en su deseo? Si alguien, por ejemplo, responde a eso creyéndose
imprescindible, obrará en su vida, en sus relaciones de pareja, laborales y
parentales, estando siempre y sustituyendo la decisión de los otros ya que
considerará que sin su presencia la cosa no funcionará. Ese saberse
imprescindible es lo que le orientará, pues, en la vida, como si fuera su GPS.
Mario Izcovich toma
en cuenta ese saber, en la medida en que los padres lo ponen en juego, no para
descalificarlo ni para admitirlo tal cual. Simplemente lo confronta a los
dichos y hechos de los padres, a sus dificultades y a sus expectativas, señala las
contradicciones y las posibilidades. Finalmente serán ellos los que tomarán la
decisión final sobre lo que quieren hacer con sus vidas y con la educación de
sus hijos. El psicoanálisis no persigue el adoctrinamiento de los sujetos, tan
sólo ayudarles a saber algo más sobre
aquello que los causa y los agita en la vida.
En ese proceso dialógico
no se evitan las dificultades, aquello que cojea en cada familia, pero el foco
se pone en otro lugar. Allí donde cada uno “inventa” sus soluciones, siempre parciales
y finitas, pero respuestas sintomáticas al fin que tratan de acotar y tratar
los conflictos que surgen en cada uno y en los vínculos que establecen.
El autor les da todo
su valor e incita a los padres a tomar las crisis como lo que son: una
oportunidad de rectificar posiciones y plantearse cambios. Para el
psicoanálisis el fracaso no es nunca una catástrofe. Al contrario, es la mejor
manera –si uno aprende de él – para seguir viviendo y para relanzar el deseo en
cualquier ámbito de nuestra vida (familiar, laboral o personal). Freud
aconsejaba a los jóvenes que no se angustiasen demasiado por las rupturas sentimentales
ya que de ellas aprenderían a conocerse y eso les permitiría elegir mejor
después, ya como adultos.
Ejercer de padres hoy
no resulta fácil. Por un lado, las insignias de la autoridad, antaño reforzadas
socialmente, están en un cierto declive. Por otro, el saber como recurso de
apoyo y autoridad cada vez se desliza hacia el bolsillo de los adolescentes que
lo guardan en su smartphone como un oráculo que les responde cada vez que le
preguntan, las 24 horas del día. Por si fuera poco, el mercado hace tiempo que
hizo una opa hostil a la familia y contraprograma sus propuestas de ocio
con todo tipo de gadgets que no
requieren demasiada compañía. Last but no
least, los profesionales de la educación y de la salud no dejan de dar
consejos, diagnósticos y predicciones, a veces contradictorios entre ellos
mismos.
Parecería el
apocalipsis y sin embargo todos los barómetros, desde hace años, recogen la opinión
mayoritaria de que la familia sigue siendo la institución más valorada por los
ciudadanos de todas las edades y clase sociales. Es una paradoja fácil de
entender si aceptamos las tesis de Kant sobre la imposibilidad de educar y
gobernar. Freud añadió luego la de curar. Imposible, aquí, no quiere decir que
no se pueda hacer nada. Al contrario, indica que no hay manual de instrucciones
ni camino ideal para ser padres y educadores. Que hay muchas cosas por hacer y
que cada generación tiene sus retos educativos y debe arriesgar sus formas y
sus actos. Imposible, como condición de lo posible, se opone a la impotencia, al sentimiento de
fracaso vital que surge siempre cuando alguien se creyó, previamente,
omnipotente, capaz de resolverlo todo.
Este libro, querido
lector y lectora, es un antídoto contra las falsas promesas del adoctrinamiento
y la omnipotencia. Te permite a ti, como padre, madre o adulto, hacerte cargo
de tu tarea educativa, confía sin duda en que aprovecharas tu saber y el de los
otros para recorrer juntos, con tus hijos, ese delicado tránsito que es la
adolescencia.
José Ramón Ubieto