“Ser un TDAH” admite hoy muchas lecturas. Para algunos
sustituye el viejo calificativo de “movido o inquieto”. Para otros es la
evidencia misma de una enfermedad, de un trastorno del neurodesarrollo que, si
bien es indemostrable por la ausencia de marcadores claros –lo que no ha
impedido la proliferación de estudios falseados-, su causa última no admite
dudas. Para otros es un significante amo a partir del cual declinar, en su
lengua, un nombre sintomático.
Inicialmente nombraba algo del real que agitaba esos
cuerpos hiperactivos e impulsivos, y se acompañaba de la prescripción de
psicoestimulantes que, curiosamente, se focalizaban sobre todo en las
dificultades de atención.
La denuncia continuada, por parte de profesionales y opinadores,
de la hipermedicación y el sobrediagnóstico, forzaron un cambio de paradigma en
la presentación del trastorno[i].
La identidad TDAH aparecía cada vez más con una connotación negativa, un
estigma que, sin embargo, conservaba algo de la subjetividad en juego
(hiperactivos, impulsivos, despistados).
Para reducirlo se inventaron respuestas
más políticamente
correctas[ii].
La primera fue el surgimiento de etiquetas alternativas, como el TCL (Tiempo
Cognitivo Lento), que definía a un conjunto, en los EEUU nada desdeñable, de
niños y adolescentes que presentaban serias dificultades en la atención y
concentración en tareas académicas. Una suerte de sujetos “empanados” que sin
presentar hiperactividad ni impulsividad requerían igualmente de diagnostico y tratamiento.
Su nueva identidad de “mentes lentas” reducía el estigma asociado al TDAH.
Luego se empezó a hablar, y a crear unidades especificas,
de Trastornos del Aprendizaje que incluían un conjunto variopinto de sub-etiquetas
(dislexia, discalculia, cognición lenta) y que ponían el énfasis en las
dificultades de atención y aprendizaje cuya
causa apuntaba cada vez más claramente a perturbaciones del desarrollo.
Todo este proceso ha ido paralelo al paso del DSM al Research
Domain Criteria (RDOC)[iii],
de una taxonomía difusa y confusa a una observación rigurosa (?) que incluirá
pruebas diagnosticas y tratamientos novedosos dirigidos a la activación de las
zonas cerebrales comprometidas en esas funciones.
Esta primacía actual de lo neuro ha generado el surgimiento
de un mercado nuevo y hoy ya se crean múltiples star-ups con el objetivo de
generar aplicaciones para el análisis de estos datos. Otras empresas, incluidas
las farmacéuticas, se adaptan también a los nuevos tiempos[iv].
Como recordaba recientemente Abel
Novoa: “la biomedicalización es un paso más allá de la medicalización. La
tecnología está creando nuevas subjetividades al determinar nuevas categorías de
personas en riesgo (por ejemplo pre-alzheimer), nuevas formas de monitorización
del riesgo (test genéticos) e imponer nuevos comportamientos ante el riesgo
(mastectomía u ooforectomía profilácticas)”[v].
El universo TDAH es ya, pues, una realidad que nos
convierte a todos en hiperactivos[vi],
si bien eso no nos hace homogéneos en cuanto a nuestras invenciones de goce. El
retorno del Nombre del Padre forcluido se hace hoy presente en el sometimiento
a la cifra que nombra a cada sujeto en relación a una supuesta normalidad
estadística[vii].
Este nuevo orden social que nos nombra a cada uno por
nuestro déficit resulta –decía Lacan- más “férreo” que el anterior del Nombre
del Padre ya que anula la dialéctica del deseo y nos confronta al superyó y sus
exigencias de goce sin límite[viii].
Así, donde antes era el Big Pharma, ofreciendo el metilfenidato,
ahora florece el Big Neuro y su neurofeedback. Cambio de identidad para los
actuales hiperactivos trastornados: ahora pasarán a ser mentes lentas y
defectuosas. Habrá que estar atentos al uso off
label que hacen y a los nuevos síntomas que producen.
[i]
La propia Agencia de Qualitat i Avaluació Sanitàries de
Catalunya (AQuAS), dependiente del Departamento de Salud de la Generalitat de
Catalunya advertía recientemente que “no se debería esconder el abuso
persistente de estimulantes cognitivos para aumentar el rendimiento o para
finalidades recreativas”.
[iii]
Jean-Charles Troadec. “Le DSM se meurt”(I). Lacan Quotidien núm n° 726, 22
junio 2017. Consultable online: http://www.lacanquotidien.fr/blog/wp-content/uploads/2017/06/LQ-726-C.pdf
[v] Abel Novoa. “Nadando entre “escépticos” y
“naturalistas”: por una visión compleja del desarrollo tecnocientífico (y de la
medicina de familia)”. Plataforma NoGracias, 3 Agosto 2017 http://www.nogracias.eu/2017/08/03/nadando-escepticos-naturalistas-una-vision-compleja-del-desarrollo-tecnocientifico-la-medicina-familia-abel-novoa/
[vi] José R. Ubieto. “TDAH: ¿una ‘solución’ real de 4 letras?”.
http://joseramonubieto.blogspot.com.es/2016/12/tdah-una-solucion-real-de-4-letras.html
[vii] Marie-Hélène Brousse. “La psicosis ordinaria a la luz de
la teoría lacaniana del discurso”. En Freudiana
76, 2016, pp 99-112.
[viii] Jacques Lacan. “El Seminario XXI. Los incautos no
yerran”. Inédito. (anunciado para Octubre’17. Paidós eds.)