miércoles, 18 de julio de 2018

¿A que llamamos TDAH: patologia psiquiátrica, síntoma educativo, estilo de vida?





"No es de una indocilidad demasiado grande de los individuos de donde vendrán los peligros del porvenir humano. Al contrario, el creciente desarrollo, en este siglo, de los medios para actuar sobre el psiquismo , una manipulación concertada de las imágenes y de las pasiones, de las que ya se ha hecho uso con éxito contra nuestro juicio, nuestra firmeza y nuestra unidad moral, darán lugar a nuevos abusos de poder." 

Jacques Lacan. La Psiquiatria inglesa y la guerra (1946) 

TDAH: ¿movidos o enfermos?

La Vanguardia. 13/7/18. Dia Mundial de Sensibilizacion sobre el TDAH

La agitación y el movimiento son propios de la infancia y no tienen, en ellos mismos, nada de patológico. Responden a la necesidad del niño y de la niña de resolver algunas dudas e inquietudes normales de cualquier desarrollo. Preguntas del tipo ¿qué lugar tengo yo en ésta familia? ¿Qué soy, como hijo, en el deseo de mis padres? ¿Perderé su amor si les fallo o me confronto a ellos? ¿Por qué prefieren a mi hermano/a?

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Todos somos ‘TDAH’

Diari de l'Educació. 13/7/18.  Diari de la Sanitat. 13/7/18

Llegir versió en català publicada originalment al Diari de l'educació i al Diari de la Sanitat

Si somos capaces de pensar que la movilidad en la educación no es un problema, sino una oportunidad, nuestra percepción de las conductas TDAH como perturbadoras de un sistema y de un aula, propia del siglo XIX, cambiará.


El Día Mundial de Sensibilización sobre el TDAH, que se celebra hoy, fue propuesto en 2012 por el profesor Russel Barkley a la OMS. Barkley es una de las autoridades mundiales en la materia y autor de numerosos trabajos al respecto. Es también uno de los impulsores del TDAH en adultos, consciente de que al menos un 50% de los niños y adolescentes diagnosticados de TDAH lo seguirán siendo en la vida adulta, a pesar de la medicación y los tratamientos que reciban de niños.

Otro eminente psicólogo y profesor emérito de la Universidad de Duke, Keith Conners, señaló en una entrevista para el New York Times, que el número de niños diagnosticados con TDAH se había elevado a 3,5 millones (600.000 detectados en 1990). Él mismo calificó estas cifras de "un desastre nacional de proporciones peligrosas” y añadió diversas consideraciones en su blog. El trastorno es ahora, en los EEUU, el segundo diagnóstico más frecuente a largo plazo realizado en niños, muy cerca ya del asma. En España, los casos de Trastornos por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) se han multiplicado por 30 en los últimos años, sobre todo en niños de 8 a 12 años.

¿Cómo interpretar estas cifras? ¿Estamos sobrediagnosticando y, por ende, sobremedicando? ¿El problema ya existía y ahora somos más sensibles, tal como promueve este día mundial de sensibilización?
Tanto Barkley como Conners, y otros muchos, dirían que efectivamente el problema ya existía y ahora sabemos bien sus causas y su tratamiento. Se trata, aseguran, de un problema del neurodesarrollo. Algo anda mal en el cerebro del niño/a y tenemos evidencias científicas de su origen.

Pero la realidad es que todas las revisiones recientes, incluidas las favorables a la perspectiva genética (Cortese, 2012, Thapary Cooper, 2016, entre otras) coinciden en dos cosas: la inexistencia de evidencia genética real molecular y su convencimiento (o sea, anhelo sin hechos probados) de que en un futuro habrá hallazgos claros de esta herencia genética. Los datos estadísticos -que no genéticos- que tenemos (Gallo y Posner, 2016) lo único que prueban es que de las cuatro maneras de herencia, genética, epigenética, conductual y cultural (Jablonka y Lamb, 2005), la genética probablemente sea la menos esperable en transmitir rasgos conductuales tipo-TDAH. En todo caso se puede hablar de familias tipo TDAH donde hay conductas y patrones que se asemejan y terminan nombrándose y etiquetándose como TDAH sin que haya causa genética probada.

Es cierto que cada vez disponemos de medidas más sensibles del funcionamiento del cerebro (técnicas mejoradas de neuroimágenes) y por eso más fácilmente se encuentran correlatos neuronales de las actividades seleccionadas. Es decir, podemos fotografiar un cerebro y ver su actividad, y si comparamos dos niños diagnosticados con TDAH observaremos que se producen efectos similares pero esto no explica nada en términos de causalidad. Correlato, en ciencia, no quiere decir causalidad. Es aquello que hacemos (movimientos, sensaciones) lo que provoca esas imágenes que captamos, y no al revés.
No es descartable que en el futuro se obtenga una perspectiva neurobiológica o genética clara del TDAH, pero a fecha de hoy esa posibilidad parece muy remota, en el caso de que fuera posible establecerla. Hay que recordar al respecto que ni siquiera para algo tan prevalente como la depresión mayor disponemos de una explicación neurobiológica mínimamente satisfactoria.
Por otra parte, y como reconoce la propia “Guía de Práctica Clínica sobre el Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH) en Niños y Adolescentes” (GPC-TDAH), del Ministerio de Sanidad, los desacuerdos actuales sobre el diagnóstico y tratamiento del TDAH son numerosos: “No hay acuerdo en nuestro medio acerca de qué instrumentos hay que utilizar para la evaluación de niños con posible TDAH; también existe controversia sobre los criterios que se deben emplear para su diagnóstico.”
En resumen, a día de hoy no tenemos evidencias científicas de que eso que llamamos TDAH sea algo rigurosamente establecido desde el punto de vista científico.
Dicho esto, hay que decir que el TDAH haberlo, haylo. Como mínimo existe como etiqueta y como falso nombre para designar un malestar real que presentan muchos niños y niñas, adolescentes y, cada vez más, adultos. Falso nombre quiere decir que les procura una identidad, un nombre que puede ayudarles a limitar eso pulsional, un cuerpo que no para de moverse. Sin duda dice algo de lo que les pasa. Pero es falso porque el ser humano es más complejo y sobre todo porque fijarlo a ese “nombre” lo des-responsabiliza, en el sentido de ahorrarle (¡No soy yo, es mi cerebro!) responder de sus actos, y le impide además inventar alguna fórmula más exitosa para tratar su agitación.

Esa inquietud puede tener muchas causas, algunas graves y con consecuencias importantes para la vida de esa persona. Son esos los casos en los que debemos centrarnos desde el punto de vista clínico. Pero en muchos otros casos, lo que los maestros y padres pueden observar son algunas conductas que les resultan preocupantes (impulsividad, hiperactividad, desatención) y en ese caso hay que valorar si son un problema sólo para ellos (porque tienen un bajo umbral de tolerancia) o si implican realmente un problema para su alumno/hijo (fracaso escolar, conductas de riesgo,..) y por eso también se repiten en la familia y en otros ambientes.

Nuestra hipótesis para abordar estas situaciones, desarrollada en el libro “Niñ@s hiper. Infancias hiperactivas, hiperconectadas e hipersexualizadas” (Ubieto y Pérez Álvarez, 2018), es que “primero, la educación” Como se trata de un fenómeno que básicamente lo observamos en la escuela, en la mayoría de casos, la respuesta deberá pasar primero por ver qué estrategias educativas se pueden implementar en cada caso y en conexión con la familia y la escuela.

Analizar el contexto escolar específico de ese niño/a teniendo en cuenta las condiciones de trabajo, la atención, para de esta manera ver qué se puede modificar de todo esto. Porque una de las cosas que vamos observando es que todos los procesos exitosos de innovación educativa incluyen una cierta movilidad del alumno en el proceso de aprendizaje, es decir, que no se constriñen al aula de forma rígida, sino que implican trabajo por proyectos, desplazamientos organizados en torno a una tarea.

Yo lo he constatado a pequeña escala, pero cuando haya más datos observaremos que la prevalencia del TDAH disminuye simplemente modificando las estrategias educativas. Implica un tipo de interacción y de aprendizaje distinto. Si somos capaces de pensar que la movilidad en la educación no es un problema, sino una oportunidad, nuestra percepción de las conductas TDAH como perturbadoras de un sistema y de un aula, propia del siglo XIX, cambiará.

A partir de ahí, una vez que lo educativo está en juego, se pueden encontrar fórmulas de colaboración, prácticas colaborativas que también pueden incluir al psicólogo si es que hay algo que desborda al marco de la escuela. Sobre todo cuando esas conductas también se pueden presentar en la familia y en otros lugares. Y si es necesaria, finalmente también la medicación. Pero tomar el eje de lo educativo como central, y después ir viendo qué otros elementos alrededor de lo educativo se pueden situar, permitiría des-psiquiatrizar un poco el TDAH, porque hoy se ha producido el fenómeno inverso: la psiquiatrización de la escuela.

José R. Ubieto. Psicoleg clinic i psicoanalista. Profesor de la UOC. Miembro de la Asociacion Mundial de Psicoanalisis. Autor de “TDAH. Hablar con el cuerpo” (EdiUOC, 2014) i co-autor de Bullying. Una falsa salida para los adolescentes (Ned, 2016) i Niñ@s Hiper. Infancias hiperactivadas, hiperconectadas e hpersexualizadas. (Ned, 2018).