La Vanguardia. Cultura (s). 11 de julio de 2015
- Cada época tiene su
erótica con sus objetos y sus ficciones acerca de la pasión amorosa. Cumple
una función básica: velar la inexistencia de la relación sexual, entendida
ésta como armonía sexual prestablecida, llenando ese vacío con palabras,
imágenes y objetos que lo cubran.
El
amor cortés o el romanticismo son hitos en esta historia, ficciones donde cada
uno de los sexos tiene asignado un rol. El ideal romántico del amor tomó su
fuerza de los ideales revolucionarios que entronizaron al individuo como nuevo sujeto
de la historia. Su fuerza como ideal amoroso contribuyó sin duda a dar salida a
muchas fantasías de mujeres, que como el personaje de Flaubert, Madame Bovary,
se sentían atrapadas en una moral pequeñoburguesa que las condenaba a una vida
matrimonial bajo el régimen patriarcal.
Su
contribución a la emancipación real de la mujer es más discutible ya que la
discordancia entre el sentimiento individual y las estructuras socioeconómicas
y familiares no siempre permitió realizar ese anhelo.
- Hoy la erótica es
múltiple, se sirve a la carta y a la medida de la fantasía de cada uno.
Hay tantas como fantasmas sexuales: voyeuristas, masoquistas, sádicos,
incluso sexless, aquellos que
exigen precisamente la ausencia del acto sexual.
La
paradoja de esa diversidad y de la accesibilidad al sexo es que hoy parece que
las relaciones heterosexuales atraviesen cierta crisis. Como expresan, con
reproche y cierto tono amargo muchas
mujeres jóvenes: ¿por qué resulta tan difícil encontrar un hombre que acepte el
compromiso de una relación de pareja?
Parecería
que en la era del sexo fácil esa dificultad debería desaparecer y sin embargo,
y quizás precisamente por esa facilidad, la “relación” –y no sólo el acto –
sexual deviene más complicada.
Una
joven de 35 años lo describe con claridad: “aplicaciones como Tinder nos perjudican ya que ahora ellos
tienen relaciones sexuales fáciles y sin costo, es como si tuvieran
prostitución gratis”.
- Dentro de esta
diversidad hay una característica común: la incidencia de la lógica
capitalista confiere hoy a toda erótica su carácter de producto, su
condición de mercancía existente en el mercado.
El
oficio más antiguo del mundo se disfraza para ello con eufemismos como el
beneficio mutuo o bajo lemas pseudo masoquistas como el exitoso Grey o la web
de manservants (http://manservants.co/)
donde el hombre-criado sirve a la señora con su código de caballero moderno.
En
la web de citas www.seekingarrangement.com/es
los sugar daddies (papis chulos),
varones maduros con recursos y miembros de la élite, prometen “Relaciones de
Beneficio Mutuo” a sugar babies,
jóvenes estudiantes “atractivas, inteligentes, ambiciosas y orientadas a sus
metas”. Bajo el eufemismo del beneficio mutuo se oculta una práctica de
prostitución que bien pudiera considerarse como la forma actual del derecho de
pernada feudal. Aquí son los padrinos quienes lo ejercen, velado por esas
buenas intenciones y el consentimiento de las jóvenes: “Sabes –les exhortan
desde la web- que te mereces salir con alguien que te consienta, que te haga
crecer, y te ayude tanto mentalmente como en el ámbito emocional y financiero”.
La
iniciativa goza de gran éxito en muchas ciudades de EE. UU. y en otros países.
También en Catalunya donde la proporción de chicas por padrino es de 5 a 1 y
como se señala en la web: “¿Qué otro sitio para hombres ricos tiene números tan
impresionantes como estos?”. Ni Étienne de La Boétie hubiera
imaginado una servidumbre voluntaria tan genuina.
El último reality
show
de moda en los EEUU “Neighbors With Benefits”, basado en el intercambio de
parejas y con sexo en vivo, es una buena muestra de que la intimidad sexual es
también un producto de éxito mediático.
Ilustraciones de Carlos Rolando
- Esta nueva erótica
parece concebir la relación sexual como una transacción comercial: fácil,
rápido y seguro.
El
capitalismo es contrario al amor por el hecho de que no deja ningún margen para
la falta, que todo en él, sexo y ternura incluidos, aparecen reciclados en
mercancías-fetiches.
“En
la sociedad de consumidores nadie puede convertirse en sujeto sin antes
convertirse en producto, y nadie puede preservar su carácter de sujeto si no se
ocupa de resucitar, revivir y realimentar a perpetuidad en sí mismo cualidades
y habilidades que se exigen a todo producto de consumo”. Esta afirmación del
sociólogo Zygmunt Bauman, en su obra “Vida de consumo”, explica muy bien esta
nueva violencia a la que se ve sometido el cuerpo y el sujeto, que exige
convertirse en un producto.
Hoy
ya percibimos con claridad que no sólo se trata de liquidar formas de trabajo o
de creación sino de constatar que el propio sujeto consumidor es ante todo un
consumible.
Esta
tesis ha sido dicha de muchas maneras y uno de los que la anticipó a finales de
los sesenta fue Jacques Lacan cuando señaló los rasgos de este discurso que
ambiciona la anulación de cualquier pérdida –de allí su pasión por reciclarlo
todo incluida la protesta- y tiene la convicción cínica de que en la vida
finalmente se trata sólo del goce. Es por ello que el amor –que siempre
presupone la existencia de una falta, de un anhelo- no tiene lugar en el
discurso capitalista, salvo en su condición de mercancía consumible.
“La
codicia es buena” (greed is good),
lema del Gordon
Gekko de la película Wall Street, anunciaba en los 80 la era del
darwinismo social. Richard Sennett lo corroboró más
recientemente al declarar de manera contundente que el capitalismo en los
últimos veinte años se ha hecho completamente hostil a la construcción de la
vida.
La
exacerbación de ese lado salvaje se inicia con la desregulación de los años 80,
liderada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, como nos lo ha mostrado de manera
rigurosa Thomas Piketty en “El capital en el siglo XXI”. En nombre de ideales
democráticos y de progreso (libertad, autonomía, crecimiento), y con el apoyo
de las nuevas tecnologías, se enmascara esa voluntad de goce que no conoce
límites y cuyo resorte pulsional y entrópico es evidente: no tiene otra
finalidad que ella misma.
Esta
es la lógica que parece imponerse en nuestras vidas: la obsolencia programada
de bienes y sujetos, sacrificados en el altar del dios money.
- La clave de la nueva
erótica digital está en eliminar la sorpresa, minimizar el riesgo del
encuentro sexual, que cada uno sepa exactamente qué puede esperar del otro
y limitar así el rechazo.
Esta
lógica se hace visible en los avatares de la sexualidad contemporánea. Como
todo producto, su acceso debe regularse por un contrato, tanto si se trata de
prostitución encubierta como simplemente de web de citas.
Una
de las webs más exitosas llega de Francia, donde tiene más de 5 millones de
usuarios registrados y ahora ya en versión española: www.adoptauntio.es. El concepto es simple:
“El cliente manda y, en este caso, las clientas. ¡Las damas primero! En el
supermercado de las citas, las mujeres encuentran buenos chollos”. Su símbolo,
presente ya en muchas estaciones de metro, es un carrito de supermercado donde
las mujeres van tirando los chicos “chollos”. La metáfora de la compra no es solo
–como pretenden- una broma ingeniosa, sitúa la relación bajo la lógica del
mercado.
La
novedad es que aquí, como en la web de Manservants,
son ellas quienes eligen aunque paguen ellos. Sus promotores no dudan en
presentar como uno de sus objetivos
fundamentales “la igualdad de género” (sic). Ahora ellas dan el primer paso:
“deja a un lado los prejuicios, complejos, miedos y saca ese poder
de seducción que todas las mujeres poseemos. Tú eres quien lleva las riendas”.
- Internet y las redes
sociales han aumentado de manera notable la percepción que tienen hombres
y mujeres, no importa la edad, de las alternativas de encontrar una pareja
sexual. Para ello asistimos hoy a una proliferación de apps guiadas por la idea del sexo easy.
Como
señala la sociológa Eva Illouz, uno de los factores determinantes para calcular
la duración de una relación depende de la percepción que cada uno tiene de las
alternativas. Si la relación actual no es satisfactoria y hay una alternativa
que parece mejor, ¿qué impediría acceder a ella en una época donde el
compromiso es un concepto obsoleto? Los datos sobre divorcios en parejas de más
de 50 años muestran como ese “mercado de la segunda oportunidad” florece al
calor de estas nuevas aplicaciones.
La app Tinder, especialmente usada por
adolescentes y jóvenes (incluidos maduros), es un buen ejemplo de este
funcionamiento. Siguiendo la huella del éxito de Grindr (app para
homosexuales), se trata de una aplicación que permite localizar a otros
usuarios de la red social que se encuentran cerca. En la pantalla aparecen los
usuarios cercanos y cada uno puede aprobar o rechazarlos. Cuando hay aprobación
mutua se abre la posibilidad del encuentro.
Aquí
no hay amigos ni followers, aquí sólo
se trata de conectar –a partir de una imagen- a los lazy singles para que ellos decidan qué hacer después. Los usos son
por supuesto diversos y particulares a cada uno. Muchos de ellos no llegan
nunca al contacto real y se dedican tan solo a mirar, hablar o intercambiar las
fotos con otros usuarios. Una joven paciente, usuaria habitual de Tinder, me explica que “lo que
me gusta es que me puntúen, saber a cuantos gusto, lo del sexo no me interesa”.
Otras apps
similares son la startup francesa Happn que promete facilitar los
encuentros con personas que nos cruzamos. Basada también en la geolocalización
está diseñada “para ayudar a las personas a aprovechar las pequeñas
coincidencias que puedan tener con gente que está en su entorno y a quien
todavía no conocen”. Badoo es otra app de éxito que ofrece servicios
similares.
- La
popularidad contabilizada es un rasgo común a todas estas propuestas,
donde se produce una sucesión metonímica en la que fácilmente se puede
saltar, con un simple touch de
un perfil a otro, casi sin lugar para la palabra.
Otro
usuario, esta vez varón, me cuenta cómo comparten las “conquistas” con sus
amigos al comprobar que en algunos casos tienen, dice, “cromos repetidos” para
aludir al hecho que hay chicas que los han aprobado a varios de ellos.
Realizar el
acto sexual no es, pues, la finalidad última y única de estas apps ni, sobre todo, del uso off label
(singular) que hacen muchos de los jóvenes. Hasta tal punto que los
responsables de estas aplicaciones animan a sus usuarios a testimoniar de sus
encuentros reales para que los otros usuarios del servicio se convenzan de que
la app sirve para el propósito para
la que fue creada.
Incluso
existe ya, con éxito en los EEUU, una especie de Tinder para acurrucarse sin que haya sexo de por medio: Cudder. Inspirada en los cuddle parties, fiestas muy populares
que nacieron en 2004 donde se ofrece cariño sin sexo.
- Lo reprimido, en esta
nueva erótica, no es el sexo sino la confesión amorosa ya que no existen
las palabras para explicar bien esa inexistencia de la armonía sexual: que
dos cuerpos
juntos no aseguran que haya relación.
El
sentimentalismo y la historia de amor, que la recubrían, siguen funcionando
como ficciones pero con menos fuerza. Los adolescentes, con sus nuevos
semblantes sexuales, muy ligados al enjambre digital, nos muestran como esa
verdad atemporal ha estado más velada en otros momentos por una serie de
significantes amos, palabras claves, que ofrecían sin ambigüedades un perfil
claro de los tipos sexuales, una respuesta a las preguntas de cómo ser un
hombre o como ser una mujer.
Ahora,
frente a la ausencia del manual de cómo hacer con la alteridad que implica
siempre el otro sexo, constatamos fórmulas
en crisis, tanto en la masculinidad - como rebote del propio declive de la imagen
social del padre- como en la feminidad con un aumento de los estilos viriles
entre las chicas.
La
tesis del psicoanalista francés Serge Cottet sobre el sexo débil de los adolescentes nos sirve de guía. Nuestros
jóvenes han recibido una amplia y suficiente educación sexual, ya desde los
primeros cursos escolares, y sin embargo eso no les ahorra inventar ficciones,
historias de amor, para hacer con su cuerpo y la sexualidad. Y es allí donde
observamos las dificultades.
Podemos
decir que eso va por barrios y que en algunos vemos como cierto tipo sexual,
bien encarnado por algunos jóvenes con otros códigos culturales, tiene éxito
por remedar ese sentimentalismo, obsoleto en otras clases sociales, a veces
acompañado de actitudes de dominio y/o violencia incluso.
- La pornografía parece
haberse convertido en la principal escuela de iniciación sexual
contemporánea, de allí su enorme éxito y las espectaculares cifras de
negocio del ciberporno.
En
la era de la imagen, los relatos y cuentos sobre los primeros amores que
acompañaban la educación sentimental han perdido fuerza. Hoy los chicos y
chicas descubren la sexualidad a través de la invasión continua de imágenes de escenas
sexuales donde se muestran, hasta la saciedad, cuerpos practicando el sexo de
manera mecánica.
Si la época victoriana fue el summum de la represión de
la sexualidad hemos iniciado el siglo XXI con el éxito del porno que
hace del coito exhibido un espectáculo a la carta, basta para ello con un
simple clic del ratón. Donde había historias de amor que velaban el sexo hoy
tenemos, como señala el psicoanalista Jacques Alain Miller, la incitación y la
provocación a través de fantasmas filmados con la variedad apropiada para
satisfacer los apetitos perversos en su diversidad.
- Si en la erótica analógica primaba la
transgresión, aquí se trata de combatir la abulia y la depresión mediante
la compulsión para reanimar un deseo un tanto alicaído. Hoy una declaración de
amor eterno es, sin duda, más transgresora que el sexo itinerante.
En el
uso de estas tecnologías observamos las dos tendencias siempre presentes en cualquier
objeto: la que apunta al amor y al lazo y aquella que, bajo la forma
compulsiva, produce autodestrucción. Cómo si se tratase de un casting amoroso, prima la evaluación del
sujeto reducido al fetichismo de la mercancía.
Lo
virtual permite además reducir el impacto del encuentro con el cuerpo del otro.
En cierto modo “limpiar” lo sexual de sus impurezas, convertir lo que podría
ser deseo oscuro en una transparente voluntad. La
app Good2go
(http://good2goapp.com/), creada por
una madre de estudiantes, se propone así como una herramienta para tener
relaciones sexuales consensuadas “previniendo o reduciendo así el abuso sexual”, lo que incluye un test de
sobriedad y el “sí quiero” explícito.
Incluso el
propio acto sexual tiene esa función de velo para enmascarar lo que el sexo
mismo tiene de enigmático. Un paciente relata un triple encuentro sexual con
usuarias de Tinder en el intervalo de
un “finde”. En el trasfondo de esa metonimia, que le permite deslizarse de una
mujer a otra con un simple touch,
está la novia que ha dejado por no poder traspasar el tabú de la virginidad.
Hacerlo con otras, desconocidas, le permite mantener la ficción de esa armonía
entre los sexos, la ilusión de que la relación sexual existe, aunque sea
reducida a la gimnasia del acto.