Núm 27. Noviembre 2017
Ruptura,
alejamiento, factura, tensión, inquietud, fractura, angustia… son
algunas de las palabras que cada uno y cada una elige para tratar de
bordear el abismo al que parece ⎯cada día más evidente⎯ que nos vemos
abocados. Si nos guiamos por la ética de las consecuencias, más que por
la de las buenas intenciones, debemos exigir responsabilidades. Que
aquellos que gobiernan respondan de las consecuencias de sus actos es un
imperativo democrático.
La responsabilidad aquí es amplia y diversa si bien no es simétrica ni
equivalente. Lo propositivo de unos, más o menos razonable, y el rechazo
puro de los otros no tiene el mismo estatuto. Además, los que más poder
y fuerza tienen deben explicar por qué no usaron el primero y sí en
cambio abusaron de la segunda. Por qué su sordera y su inmovilismo
durante mucho tiempo, nada inocente, ha terminado por desvelar su lado
más feroz y autoritario, recuerdo de épocas oscuras de nuestra historia.
¿Era esto lo que ocultaba su silencio y su “no hacer”, la voluntad
firme de aplastar y callar al otro?
El pretexto de la ley, una ley válida pero insuficiente y que en ningún
caso puede sacralizarse en una sociedad laica y en un Estado de derecho,
no es aceptable. Todos los que vivimos la transición sabemos que esa
Constitución fue una formación de compromiso (definición freudiana del
síntoma) entre los restos, muy vivos, del franquismo y los anhelos de
aquellos ⎯jóvenes y mayores⎯ que aspirábamos a otra sociedad y a otra
convivencia. Como síntoma, un día u otro lo reprimido de ese acuerdo
retornaría para recordárnoslo y obligarnos a revisarlo.
El 15-M, que obligó al anterior rey (símbolo mayor de ese proceso de
transición) a abdicar, fue la fecha clave de ese retorno. Emergente
rechazado por la derecha y, hay que recordarlo porque la amnesia
funciona, sin distinción de colores y banderas, tanto en España como en
Catalunya. ¿Por qué no se escuchó en ese momento lo que clamaba en la
indignación expresada, y se leyó sólo como un efecto de la crisis
económica? ¿Por qué el éxito de movimientos como la PAH (1) no se quiso
interpretar como un signo del desalojo de los sujetos, no sólo de su
casa hipotecada, sino de una sociedad cada vez más desigual y
excluyente?
En su lugar, lo que era un verdadero síntoma ⎯también en Catalunya⎯ se
leyó, por parte de muchos (no de todos, claro) como un simple trastorno
del sistema financiero o, en algunos casos, muestra de su catadura
moral, como un trastorno de la ambición de los que querían tener una
mejor vida (una buena parte inmigrantes). En psicoanálisis sabemos que
los trastornos se eliminan ⎯porque no se les supone sujeto alguno⎯
mientras que el síntoma llama siempre a su interpretación.
Parte del crecimiento del independentismo en Catalunya, sobre todo entre
las generaciones jóvenes, tiene que ver con ese retorno, que ha tomado
la forma del “síntoma Catalunya” y la bandera del movimiento
independentista. El “síntoma Catalunya” no es un asunto interno, una
deria (manía) de los catalanes, es algo que nos concierne a todos los
que, como españoles, acordamos unas reglas de convivencia hace cuarenta
años que ya no sirven para preservarla.
Por eso, creo, que la responsabilidad de los gobernantes catalanes es no
haber querido entender este marco de discusión y creer que solos podían
desembarazarse del síntoma. Si unos dilataron el tiempo mostrando así,
al modo obsesivo, su rechazo al deseo (de cambio) del otro, otros lo
forzaron para precipitar una salida, ignorando una parte importante del
todo al que debían representar. Tomando una parte por el todo forzaron
también las voluntades.
El pueblo catalán tiene muchas voces y hasta la fecha ninguna mayoría
clara para apoyar una decisión unilateral. Tampoco la comunidad
internacional dio nunca signos claros de apoyo. Sumarse a la denuncia de
los abusos policiales o la vulneración de libertades básicas, es una
obligación de todos los que defendemos un verdadero Estado de derecho
pero en ningún caso avala una opción de ruptura unilateral. Las
declaraciones recurrentes de la líder de los comunes, Ada Colau, o del
líder nacional de Podemos, Pablo Iglesias, han dejado muy claro esa
diferencia. Instrumentalizar ese apoyo es una responsabilidad de los que
lo hacen, contribuyendo así a una falsa salida.
¿No sería mejor apelar al consenso mayoritario sobre aquello que todos,
los que apostamos por una convivencia y respeto de la diversidad,
anhelamos? ¿No supone eso ceder en proyectos, inviables en este momento,
y tejer redes para defender lo más básico, que es vivir juntos y en
paz? Darse un tiempo para comprender el alcance y posibilidades de
nuestros deseos no siempre es un ejercicio de procastinación, a veces es
signo de aceptar los límites y el tiempo que necesitamos para concluir
juntos.
Un acto ayuda a precipitar la salida y
sacarnos de los impasses de nuestra inhibición o rumiación eterna y
estéril, pero cuando toma la forma de un pasaje al acto, un salto al
vacío (2), puede conducir a lo peor.
Notas
1: La Plataforma de Afectados por la Hipoteca o PAH es una asociación y
movimiento social por el derecho a la vivienda digna surgido en febrero
de 2009 en Barcelona y presente en toda la geografía española. La
Plataforma surge en el marco de la crisis inmobiliaria española
2008-2013, que fue desencadenada por la burbuja inmobiliaria, y de las
posteriores protestas en España de 2011-2012. Su líder más popular fue
la actual alcadesa de Barcelona, Ada Colau.
2: La CUP (Candidatura de Unidad Popular) difundió un vídeo promocional
protagonizado por diputados y exdiputados donde todos ellos empujaban
una camioneta, símbolo del proceso independentista que se despeña por un
barranco. El contratiempo no desanima a los integrantes de la formación
de izquierda independentista y sirve de acicate para ponerse a bailar
un mambo ante la celebración del referéndum del 1 de octubre