La Vanguardia, sábado 13 de abril de 2018.
¿Todo el mundo es loco?
Las
personas van y vienen por la vida, a ratos liadas en su trabajo, sus relaciones
o su familia. Otras, perdidas en sus cosas y, a veces, desorientadas en sus
deseos y con dificultades para apañárselas con su pareja, su oficio o la
convivencia social. Algunas de ellas se hacen oír en su queja ruidosa y otras,
en cambio, pasan discretamente con su malestar y sus limitaciones
ordinarias.
Eduardo
trabaja hace años de jefe de recepción en una empresa y cada día se ocupa de
verificar que todo quede bien cerrado y en su sitio. Cuando no ha podido ir al
trabajo, por motivos de fuerza mayor, ha llamado insistentemente para
asegurarse que todo está correcto. No lo hace por cobrar más, ni por recibir
compensaciones. Es su trabajo y también su vida. Sin ese lugar en el mundo “no
sería nadie”, explica. Vive soltero, con su madre anciana. Allí piensa “cosas
extrañas” que no comenta con nadie, son “sus manías”. Cosas que lo angustian y
lo entristecen pero le salva pensar que a la mañana siguiente volverá a su
puesto de trabajo y las ideas se evaporarán.
Como
han señalado muchos autores contemporáneos (Bauman, Han, Sennett), la exigencia
de rendimiento que nuestra sociedad, más que ninguna otra antes, pone en primer
lugar, termina cansando al sujeto. La ruptura de los vínculos, la soledad, la
angustia, el recurso a tóxicos u otras adicciones o el burn-out en el trabajo son