La sobreexcitación de los adolescentes, al igual que sus estados de angustia y su desgana, tienen sus causas particulares pero no son ajenas a la sociedad del rendimiento en la que viven y donde la maximización de goce y la reducción de las pérdidas es el GPS básico: producir, consumir y gozar sin límites. Hoy ya no se trata tanto de proyectar los ideales de superación en los hijos, sino de someterlos a un imperativo de goce, a una satisfacción non stop, la misma a la que nosotros nos sometemos y que conecta de lleno con los objetos de consumo.
Un adolescente desliza ágilmente su dedo sobre la pantalla y
me muestra un sinfín de imágenes donde aparece él, y a veces sus colegas, en
posiciones inverosímiles. En algunas está subido a una grúa de una obra, en
otras saltando con amigos en el trampolín de una piscina olímpica en horario
nocturno o fumando porros en un parque. No es difícil darse cuenta, mientras
las va pasando con indisimulada satisfacción, de que ese dar a ver busca
también situar una perspectiva desde donde mirarse, un punto desde el cual
presentarse como amable para el otro. Vino hace unos meses con un diagnóstico
de TDAH que iba virando, peligrosamente según su madre, a un Trastorno de
Conducta. La inicial desatención e impulsividad era ya un franco desafío y una
confrontación con los adultos, en casa y en la escuela. Y además había habido
una primera detención policial por posesión de drogas....