jueves, 23 de mayo de 2013

Los lenguajes de la nueva pobreza


El término mismo de “nueva pobreza” ya merece por sí mismo un comentario inicial. Hoy está de moda anteponer el  calificativo nuevo para designar un cambio respecto a lo antiguo. Y a veces es así pero muchas otras, lo que se ha dado en llamar el “paradigma 2.0” no hace sino enmascarar la lógica subyacente que repite más que inventa, aunque formalmente parece una novedad radical.

Por nueva pobreza parece entenderse el hecho de que amplios sectores sociales que hasta ahora disponían de recursos de subsistencia y de un bienestar material por encima del umbral de la pobreza, ahora han  cruzado esa frontera y son calificados como pobres.  En cierto modo es así, estadísticamente hoy hay en España y en Catalunya más personas que hace una década en situación de pobreza.

Lo erróneo sería pensar que esto es una novedad, efecto de la crisis financiera y económica que se inició en el 2008.  Si tomamos la pobreza no como un estado, sino como un proceso comprenderemos que lo que está pasando ahora es más profundo y estructural que el efecto de una crisis cíclica. La pobreza surge como concepto codificado en la sociedad occidental y se fundamenta en un sistema económico, el capitalismo y en una filosofía propia como es el individualismo.

Tradicionalmente la pobreza marcaba la frontera norte-sur y constataba cómo unas sociedades despojaban a otras de sus propios medios de supervivencia dejándolas en una situación de precariedad y empobrecimiento material, social y personal. Hoy la globalización ha trasladado esa frontera al interior mismo de cada sociedad, incluida por supuesto la nuestra. A los sectores más vulnerables, ligados a la inmigración, hoy se suman otra población autóctona que ha perdido los recursos de subsistencia ligados al trabajo asalariado.

Este proceso de desposesión forma parte del “nuevo orden mundial” basado en una desigualdad creciente y en una explotación, por parte de las elites,  cada vez más abusiva. Por eso los informes de las instituciones financieras (FMI, OCDE) sobre la pobreza son verdaderos ejercicios de hipocresía y cinismo ya que todo el mundo sabe que para mantener el estilo de vida, promovido en las últimas décadas, y la excelencia de las compañías y el beneficio de sus accionistas, la pobreza de una parte –cada vez mayor- de la sociedad es necesaria.

Una de las ventajas de la crisis es que hace más legible lo social, marcado por las excrecencias del sistema capitalista y los excesos de su des-regulación.

Si no pensamos la pobreza en esta lógica, articulada a las derivas del capitalismo especulativo, lo que Sennett llama el “nuevo capitalismo”, caeremos en la tentación de considerarla como una calamidad o una enfermedad, algo inevitable y connotado muy negativamente. Este discurso de la pobreza como una disfunción social que habría que corregir con medidas asistenciales caracteriza a la pobreza como un estado individual, definida por una  carencia material y en cierto modo natural en algunos sectores considerados marginales y desvalorizados en cuanto a sus posibilidades de mejora.

Baste un ejemplo en los eufemismos con que hoy se nombra ese real: la administración se refiere a los sujetos que recogen comida en los contenedores como “sujetos con dinámica de recuperación de alimentos” o a los chatarreros de toda la vida como “sujetos con dinámica de recuperación de materiales desechables” o a las personas que van de un domicilio a otro, por deshaucio o impago, como "sujetos con inestabilidad domiciliaria". Estos ejemplos, a los que se podrían añadir muchos más, muestran las dificultades de una sociedad para hacerse cargo de sus propios desechos, de eso que ella produce en su back door como residuo no reciclable por un sistema que, como el mismo Sennett definió en una visita a Barcelona, “se ha vuelto hostil a la vida” y que ya Jacques Lacan describió como contrario al amor por el hecho de que no deja ningún margen para la falta, que todo en él –incluidos los residuos y las personas como objetos consumibles- aparecen como reciclados en una entropía voraz e infinita.

Es un hecho que en todas las culturas ha habido personas incapaces de ocuparse de sí mismas y que por ello han necesitado de una tutela efectiva por parte de la familia o el estado. Pero las personas a las que hoy incluimos en esta categoría de “nueva pobreza” no son inválidas social o personalmente.

Son personas que tienen capacidades suficientes para responsabilizarse de sí mismos pero se han visto despojados de los medios necesarios: en primer lugar el trabajo y después, en muchos casos, la vivienda. En ese sentido, cualquier respuesta que no incluya la restitución de la utilidad social del trabajo y/o de la ocupación activa será solo una solución eventual y falsa.


Extracto de la conferencia impartida en el Seminari sobre l'atenció a la nova pobresa, organizado por la UOC, INSERCOOP con la colaboración de la Fundació Catalunya-La Pedrera