LA VANGUARDIA. Tendencias, miércoles
17 desembre 2014
El miedo escénico –al
que más bien deberíamos llamar angustia-
es el miedo a una escena en la que uno no dispone del control o cree
haberlo perdido. Puede ocurrir ante un público numeroso en un estadio de futbol
o en un teatro pero también, los pacientes testimonian de ello, en una escena
más reducida, ante una exposición en un grupo de trabajo. El tamaño importa
pero no es lo esencial.
La clave está en lo que
se pierde en esa escena: el mapa subjetivo con sus coordenadas que nos permiten
localizarnos en relación al otro. Ese mapa nos da una idea del lugar que ocupamos
en relación al “público”, qué somos en definitiva para ese otro y qué espera de
nosotros. Cuando estamos familiarizados con el territorio, sea la pareja, el
grupo de amigos, el centro de trabajo o el público de un artista o de un
famoso, estamos asegurados de que aquello que hacemos corresponderá, más o
menos, a lo que se espera de nosotros.
El problema, y con él la
angustia y sus manifestaciones de inhibición, parálisis e incluso desaparición
de la escena (desmayo), surge cuando algo modifica esas coordenadas. El
partenaire nos sorprende con una infidelidad o con una declaración de ruptura,
el jefe que nos apreciaba nos descalifica o el público, que nos adoraba,
reacciona tibiamente a nuestra propuesta artística.
También puede ocurrir
que cambiemos de territorio y pasemos de un escenario familiar a otro más
exigente, de una liga local a una competición internacional donde las expectativas
depositadas y el público extraño despiertan la angustia. Puede ser también que
tras años de pisar los escenarios un cambio significativo en nuestra vida,
enfermedad grave, ruptura sentimental o cualquier otro motivo, nos confronta
con un público que espera de nosotros algo que quizás ya no vamos a darle.
La angustia, decía
Lacan, es el único afecto que no engaña porque cuando surge nos indica que algo
muy real está en juego para nosotros. No es un senti-miento como otros, la
culpa o el amor, que nos mienten sobre su verdadera naturaleza. La angustia es
una brújula para situarnos en relación al otro.
La
diversidad de situaciones nos confirma que no todas las angustias denotan lo
mismo. Algunas nos confrontan radicalmente a un vacío (quedarse en blanco) para
el que no encontramos palabras ni representaciones. Otras, en cambio, ponen más
en juego nuestro narcisismo y el miedo al miedo surge como la respuesta ante
ese vacío.