La Vanguardia. Miércoles, 11 de
febrero de 2015
El psicoanalista Jacques Lacan nos recordaba que las personas nos hacemos
la ilusión de tener un cuerpo y lo adoramos como si fuera la única
consistencia, aquello que nos mantiene unidos a nosotros mismos y en ese
sentido nos proporciona una identidad.
Es una ilusión mental porque todos sabemos que el cuerpo va por libre y que
con frecuencia la buena imagen que nos gustaría encontrar en el espejo se
disuelve en malestares varios (dolores, impedimentos, enfermedades).
Cuando alguien “vive” en gran parte de esa consistencia imaginaria, cuando
la mirada del otro sobre su cuerpo anima su vida, se vuelve más vulnerable a
las huellas del tiempo en su cuerpo y su rostro.
Les ocurre a muchas actrices que no pueden hacer el duelo de la juventud.
Una “solución” entonces es rediseñar sus formas para borrar ese declive aún a
costa de desdibujar el rostro. Esa servidumbre se acepta porque la
contrapartida es seguir ofreciendo a la mirada del otro y a sí misma algo
consistente, una identidad sólida, sin fisuras.