miércoles, 23 de diciembre de 2015

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Vidas en krisis




La Vanguardia. Domingo 13 de diciembre de 2015


The Walking Dead es una popular serie en la que el protagonista es un policía que tras despertar de un coma se encuentra en un mundo habitado por caminantes. Zombis salvajes que vagan sin rumbo en busca de comida. Identificado a su condición de agente del orden, y para asegurar el bienestar de su familia, lidera un grupo de supervivientes aterrorizados que levantan frágiles muros para protegerse de esa plaga de caníbales errantes.

jueves, 10 de diciembre de 2015

Violencia y psicoanálisis

Entrevista a José Ramón Ubieto
Por María José Figueroa


José Ramón Ubieto es Psicólogo clínico y Psicoanalista. Miembro de la Escuela Lacaniana de Psicoanálisis y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.

Autor de “La construcción del caso de trabajo en red teoría y práctica”, “El trabajo en red: usos posibles en educación, salud mental y servicios sociales” y “TDAH hablar con el cuerpo”.


María José: Me gustaría agradecerle por aceptar realizar la entrevista. Para partir, nos podría contar cómo es su acercamiento al psicoanálisis y en particular a la AMP y ELP.

José Ramón Ubieto: Mi encuentro con el psicoanálisis parte de un síntoma adolescente que me lleva a la biblioteca del colegio donde encontré los “Tres ensayos” camuflados entre otras obras de psicología. Esta primera lectura que apenas entendí decidió mi elección de la carrera de psicología. En aquel momento la convulsión política y social de nuestro país me alejo de las aulas y me condujo a otros lugares de estudio más interesantes, donde pude escuchar a los últimos maestros de la universidad española (José María Valverde, Manuel Sacristán, Eugenio Trias). Fue entonces cuando se produjo la feliz contingencia del encuentro con Oscar Masotta y sus grupos de estudio.

Fue para mí, y para otros colegas con los que compartíamos inquietudes, como un relámpago en un paraje gris como era la facultad de psicología ya dominada por el conductismo. Eso me llevó a la recién fundada, por el propio Oscar Masotta, Biblioteca del Campo Freudiano de Barcelona y a participar activamente en la creación de las iniciativas de escuela que más tarde concluyeron en la creación de la AMP y de la ELP de la que formo parte desde su fundación.

María José: Un tema que ha adquirido protagonismo en la época actual es la violencia, de lo que ha escrito bastante, por lo que me parece interesante centrar en este tema la entrevista. En la actualidad, las figuras de la violencia o lo violento proliferan – violencia de pareja, violencia hacia la mujer, Bullying, feminicidios, violencia hacia los niños, violencia política, etc. – la que se liga directamente con la vulneración de los derechos humanos, los que se promueven por doquier “para todos”. ¿Cómo pensar la violencia desde el psicoanálisis lacaniano?

José Ramón Ubieto: La violencia no es un accidente del ser humano y del lazo social, es una respuesta fallida a un conflicto que vehicula la tensión inherente al sujeto y a la sociedad en la que vive. Freud se refirió a esto con su concepto de la pulsión de muerte para indicar que la palabra y su universo simbólico no bastaban para absorber ese conflicto constitutivo del sujeto y de su vínculo al otro. La palabra regula y frena esa satisfacción que desborda al ser hablante pero el empuje superyoico, ese imperativo del ¡Goza!, nos empuja a buscar el malestar más que el bien. Lacan llamó a eso el goce.

El drama de la primera guerra mundial, que dio al traste con la felicidad del mundo de ayer que tan bien nos recordó Stefan Zweig, le sirvió a Freud para leer en las neurosis traumáticas de muchos de los combatientes esa pulsión de muerte, velada por los ideales victorianos. No siempre queremos el bien, a veces nos esforzamos denodadamente para buscarnos la ruina: consumos, conductas de riesgo, accidentes de tráfico, hábitos poco saludables, violencias varias. Lacan hablaba del odio sólido para mostrar como su fin no es otro sino el de reducir al sujeto a un desecho, a un puro objeto de rechazo.

Reconocer la existencia de esa pulsión es la primera condición para poder limitar su poder destructivo, aceptando entonces que nuestro objetivo no será la erradicación (imposible) de la violencia, sino su delimitación. Conocemos muchas experiencias que muestran como las pretendidas políticas de erradicación de la violencia no hacen sino desplazar ésta a otras escenas más ocultas o desviadas del foco mediático.

La violencia necesita encontrar un destino, vehicular esa tensión y para ello históricamente se han creado rituales como tratamiento de lo pulsional del sujeto. Lo constatamos en muchos ritos festivos, donde servía de colofón, animada por el consumo de tóxicos, de muchas fiestas populares, Allí los jóvenes, tolerados y animados por el orden social adulto, libraban sus cuerpos al combate. Todo ello formando parte de un ritual que incluía las coordenadas simbólicas en las que esos actos violentos cobraban sentido. Las peleas entre barrios (contradas) en la fiesta del Palio de Siena o los enfrentamientos verbales entre aficiones en el estadio son ejemplos de esta violencia que busca una salida “protocolizada” a lo pulsional de cada sujeto.

La edad de la ira I, Oswaldo Guayasamín.

María José: ¿Cuál es la relación entre violencia y agresividad?

José Ramón Ubieto: La distinción clásica entre ambas hace referencia al carácter individual y subjetivo de la primera frente al carácter social y colectivo de la segunda. La agresividad se presenta como una potencialidad individual que, según las teorías, puede estar ligado a lo instintual o a la formación del yo.

La violencia, por el contrario, es un fenómeno social que se manifiesta en acto y que se relaciona con un discurso que la articula. Puede dirigirse a uno mismo, al otro o a los objetos.

Para el psicoanálisis de orientación lacaniana hay un concepto común a ambos más interesante que es el de goce que a su vez une la libido y la pulsión de muerte. La pulsión de muerte, que no tiene fundamento instintual, es constitutiva del ser hablante como efecto de la incidencia del lenguaje. Esta incidencia se manifiesta en una alienación al otro y un consentimiento a ser representado por el significante amo (S1). A partir de aquí constatamos un doble efecto:

1. Por un lado la falta-en-ser presentificada en el ($) y en el objeto (a) como agujero. Tenemos allí el dolor de existir, el misterio del ser
2. Por otro, la pulsión de muerte que empuja –vía el superyó- a la recuperación del goce vía el plus-de-goce del objeto a. Se trata de algo mudo que empuja a la satisfacción gracias al superyó que es uno de los avatares de la pulsión de muerte.

Lo que define el goce es el riesgo de muerte y se convierte en una exigencia fundamental del ser. A partir de esta operación básica podemos pensar la agresividad como eso pulsional del sujeto que es constitutivo, que lo causa y que va a ser tratado a partir de los recursos simbólicos a su alcance.

Cuando el anudamiento entre ese goce y la lengua no funciona, no hay traducción posible, se produce la violencia como su puesta en acto bajo sus diferentes modalidades. Allí surge el acto y la violencia como cortocircuito para recuperar la sensación del cuerpo que se escapa (lo real). Se trata de una elección ya que frente a lo real las respuestas son diversas: podemos identificarnos a la realización de la cosa o bien hacernos una imagen de nosotros mismos, localizar lo indecible del goce y separarnos de él.

María José: Otro efecto epocal es la proliferación de las víctimas, que ha sido llamada “victimización o desresponsabilización generalizada”, ¿cómo se puede entender esto desde el psicoanálisis?

José Ramón Ubieto: Hoy ser una víctima tiene unas connotaciones diferentes de las de épocas anteriores. Nuestra hipótesis es que ante el eclipse de la figura del padre y de sus derivados (cura, maestro, gobernante) el ejercicio de la violencia pierde su monopolio y pasa a generalizarse entre los iguales. La violencia deja de pivotar alrededor de esa figura central que ordenaba, en un marco simbólico férreo, el lazo social definiendo bien los lugares, para extenderse en la horizontalidad de los sujetos (alumnos, hermanos, ciudadanos). Ahora todos, amo incluido, pueden ocupar el lugar de víctimas. Esa cierta orfandad favorece su identificación al lugar de la víctima, al “Todos víctimas” como un nuevo lazo social que se propone en nuestra época para tratar el traumatismo, inherente al ser hablante. Todos tenemos una parte de real por tratar, una satisfacción que nos incomoda y no sabemos cómo hacer con ella. Una vergüenza con la que vivir y cuya tentación de desconocer es grande y marca lo que Miller nombra como “la ley de la victimización inevitable del yo”.

Víctima es hoy un significante amo que nombra el ser del sujeto, omnipresente en nuestras vidas y en el discurso corriente. Su uso múltiple da cuenta de cómo la tentación de la inocencia, a la que se refería Bruckner, ha devenido ya una victimización generalizada. Hoy cualquiera tiene “razones”para tomarse como víctima: desde la violencia intrafamiliar a los retrasos en los vuelos, pasando por las estafas bancarias o los incumplimientos políticos.

Nuestra condición original de seres hablantes nos convierte en cierto modo a todos en víctimas del lenguaje. Es por esto que la condición de víctimas nos es tan familiar porque está ya en el origen. La tentación es acogernos a esa posición cada vez que encontramos un impasse y llegar a obturar de esta manera la implicación subjetiva de cada uno en todo ese proceso, el reconocimiento de aquello que para cada uno se juega en esa escena. Esa pasividad que en muchas ocasiones implica el significante mismo de víctima, supone que el sujeto, al igual que vemos en las categorías diagnósticas, queda mudo, sepultado tras esa “nominación para”quedando escondido su pensamiento y su temores ante la posibilidad de ser activo.

Una víctima es alguien de quien se habla, en nombre de la cual se realizan actos políticos, educativos o terapéuticos, pero su inclusión en la clase “víctima” la excluye del acceso a la palabra y en ese sentido la des-responsabiliza en relación a la causa, si bien eso no la vuelve incompetente para hacer algo frente a ese abuso. Se trataría pues, en nuestra escucha como analistas de apuntar a lo singular de la víctima más que a aquello que la colectiviza y la atrinchera en la categoría social de “víctima de…” diluyendo así su singularidad y su responsabilidad.

Lo singular de la víctima se opone a la universalización del concepto víctima. Una de las enseñanzas que nos proporciona la clínica es verificar, en el caso por caso, el uso off label (particular) que muchos sujetos hacen de ese significante para desmarcarse de esa nominación.

Víctima puede ser la ocasión de no hacerse cargo de lo que a uno le sucede imputando al otro siempre la responsabilidad. Pero también víctima es la oportunidad de hacerse escuchar, de usar ese significante para dirigirse al otro y denunciar su abuso. Víctima incluso puede ser el nombre que uno se da para mantener una dignidad cuando es despojado de sus recursos más básicos.

El psicoanálisis no desconoce el sufrimiento que implican los fenómenos de violencia y su orientación hacia lo real, hacia aquello más íntimo de cada uno, supone pensar al ser hablante como responsable –el que puede responder de sus hechos y dichos- más que como sujeto pasivo.

Las manos de la protesta, Oswaldo Guayasamín.


María José: En relación a la violencia intrafamiliar, al parecer la tendencia es ubicar la violencia ejercida específicamente en la pareja ligada a un tema de género, en donde – al menos en Chile – el sesgo es mujer víctima, hombre agresor-victimario y además alcohólico, cómo poder pensar esa relación de un modo distinto, alejado de la criminología y que no cristalice esas posiciones.

José Ramón Ubieto: Como usted señala muy bien, la complejidad del fenómeno implica formular una primer respuesta: no hay una explicación simple del fenómeno en términos unicausales (educación, poder, patología,..) como tampoco hay la solución, hay soluciones, respuestas en plural. Tomemos, en primer lugar, la perspectiva del maltratador y descartemos los casos episódicos, aquellos donde el maltrato aparece como una respuesta puntual, sin continuidad, fruto de una contingencia reactiva o de una patología mental muy evidente.

Para la mayoría de los casos podemos partir de una dificultad subjetiva del maltratador, generalmente sin conciencia mórbida, de la que nada quiere saber y que encuentra en la respuesta violenta una salida que lo protege de esa dificultad, aunque sea al precio de la desaparición del partenaire. Esa dificultad tiene que ver con una idea fantasmática sobre su posible desaparición o anulación como sujeto, una idea que no por inconsciente opera menos (más bien al contrario), y que toma la forma imaginaria de una falta de valor, de un poder disminuido, de una potencia que desfallecería, de una falta de reconocimiento, de un sentimiento íntimo de sentirse “en menos”.Es por eso que para protegerse de ese temor proyectan esa desaparición y esa impotencia en la pareja: son ellas las que no saben, ni pueden hacer las cosas bien y son por tanto objeto de desprecio como deshechos.

Para que el maltratador pueda sostener su realidad psíquica y social le es necesario, entonces, esa disyunción entre su condición de sujeto poderoso (persona digna) y la de la pareja como objeto degradado. Es por eso que para obtener la satisfacción sexual –momento crítico para la verificación de la potencia masculina- es necesario el previo sádico de la agresión (forzamiento, violación). Sólo así es recuperable el deseo sexual. Este aplastamiento del otro es lo que le previene de la angustia propia del acto sexual. La paradoja, dramática, es que esa respuesta de aniquilación del otro implica, en muchos casos su propia desaparición, como se ve en muchos casos donde al asesinato de la pareja le sigue el suicidio –o tentativa- del agresor.

¿Qué subjetividad encontramos del lado de la mujer maltratada? Aquí también cabe hacer el previo de la particularidad de cada caso y las diferencias evidentes entre los casos episódicos y los patrones de relación continuados. Uno de los mitos es el del masoquismo de estas mujeres como explicación causal. Hemos visto que en el maltrato –en cualquier maltrato-lo que está en juego es la destrucción de toda posición de sujeto en privilegio de su posición de objeto. Esto se confunde con el mal llamado masoquismo femenino: “¡será que les gusta!”.

Esta confusión no ocurre por casualidad, se apoya en una razón de estructura. La pregunta ¿qué es una mujer, como se comporta una mujer? encuentra una posible respuesta en la relación de pareja en la cual la mujer puede consentir a ocupar un lugar causa del deseo del hombre y que le permita a ambos obtener una satisfacción de acuerdo a su fantasía sexual. Es únicamente en el contexto y el marco de esta relación sexual que la mujer ocupa ese lugar de objeto del deseo. No se trata –en la mayoría de los casos- de una posición permanente y que afecte al conjunto de la vida de esa mujer. La clínica y nuestra experiencia cotidiana nos muestra esa diferencia, que a veces aparece como una disparidad paradójica, entre lo que es la vida pública o familiar de una pareja, en la que cada uno desempeña un rol bien definido y esa otra escena, la vida íntima donde a veces esos roles se intercambian radicalmente, de tal manera que el marido seguro, decidido y en aparente control de la situación social se muestra en escena sexual como alguien vacilante, vulnerable o incluso con claras preferencias a ser humillado y castigado por el partenaire. Lo mismo en el caso de la mujer identificada a ideales de mujer autónoma, independiente, que en su vida sexual, sin embargo, acepta ciertas propuestas de su pareja difíciles de conciliar con esos ideales.

Por supuesto no se trata de ninguna patología, al menos no en la mayoría de los casos, se trata de la puesta en acto de la escena fantasmática y de las condiciones de satisfacción que cada miembro de la pareja encuentra ¿Cuál es el límite de eso a lo que una mujer –ya que nos referimos a la violencia de género- puede consentir en la relación con su pareja? ¿Dónde poner la frontera entre un amor sexualizado y bien tratado y un amor claramente patológico y maltratado?

Una primera respuesta tiene que ver con la capacidad de maniobra del sujeto. No es lo mismo poder ocupar y abandonar una posición que quedar fijado a ella. Poder pasar de objeto en la escena fantasmática a sujeto en la relación o quedarse fijado a ese lugar de objeto del goce del otro. Por eso vemos a mujeres que responden rápidamente frente a una situación de abuso y maltrato separándose de esa pareja y otras que encuentran más obstáculos a esa ruptura. La posibilidad de pensar en una relación basada en el amor implica que los lugares del amante y del amado deben poder dialectizarse, que aquel que es amado debe poder también convertirse en amante y viceversa, proceso que difícilmente se da en las relaciones maltratador-maltratado donde los roles son inamovibles y donde la primera condición del amor –que al otro le falte algo-no se cumple. Si el amor, por definición, alude a la posición de debilidad de cada sujeto (tonto, ciego, flojo) es justamente esto lo insoportable para el maltratador y de lo que este huye mediante la violencia.

Entonces, si no es masoquismo, ¿de qué se trata? Y ¿por qué llamarle amor patológico? En primer lugar porque es un uso del amor que produce su propia anulación y ese uso no es ajeno a ciertos imperativos que se imponen a un sujeto por mor de sus avatares, entre ellos los establecidos de manera primaria con sus objetos infantiles, p.e. con la madre como el primer Otro con el que interactuamos ¿Cuántas veces no hemos escuchado, de boca de estas mujeres, que no puede romper ese vínculo con la pareja porque eso afectaría de manera grave a su propia relación con su madre? ¿Cuántas respuestas de esas madres, ante los lamentos de las hijas, no indican y refuerzan esa posición de resignación sacrificial? La espera infinita del amor del partenaire que no llega signa para cada una su forma particular del estrago materno y conyugal.

María José: Otra forma de violencia que se ha hecho común es el Bullying o la violencia escolar, cómo se puede entender este fenómeno.

José Ramón Ubieto: El acoso siempre existió y la pregunta es ¿Qué habría de nuevo en nuestra época para explicar las formas actuales que toma este fenómeno? ¿Cuál sería la clave temporal cuyo envoltorio formal incluye lo atemporal, lo que se repite incluyendo así la diferencia? Sin ánimo de exhaustividad podemos aportar cuatro causas a considerar:

1. El eclipse de la autoridad encarnada tradicionalmente por la imagen social del padre y sus derivados (maestro, cura, gobernante). No se trata tanto de ausencia de normas -haberlas hay las- sino de valorar la autoridad paterna por su capacidad para inventar soluciones, para transmitir un testimonio vital a los hijos, a esos que como Telémaco, hijo de Ulises, miran el horizonte escrutando la llegada de un padre que no acaba de estar donde se le espera, para acompañar al hijo en su recorrido y en sus impasses.
2. La importancia creciente de la mirada y la imagen como una nueva fuente privilegiada de goce en la cultura digital. Ante eso se trata de no quedar al margen como un friki o un pringao. Junto a la satisfacción de mirar y gozar viendo al otro-víctima hay también el pánico a ocupar ese lugar de segregado, de allí que los testigos sean muchas veces mudos y cómplices.
3. La desorientación adolescente respecto a las identidades sexuales. En un momento en que cada uno debe dar la talla, surge el miedo y la tentación de golpear a aquel que, sea por desparpajo o por inhibición, cuestiona a cada uno en la construcción de su identidad sexual.
4. El desamparo del adolescente ante la pobre manifestación de lo que quieren los adultos por él en la vida y la subsecuente banalización del futuro. Esta soledad ante los adultos y la vida supone una dificultad no desdeñable para interpretar las fantasías y las realidades que puede llevar al extravío y a la soledad. Entre los refugios encontrados en los semejantes, la pareja del acoso es una solución temporal.

Estos cuatro elementos convergen en un objetivo básico del acoso que no es otro que evitar afrontar la soledad de la metamorfosis adolescente y optar por atentar contra la singularidad de la víctima. Esta“fórmula” genera un tiempo de detenimiento en la evolución personal. Elegir en el otro sus signos supuestamente “extraños” (gordo, autista, torpe, desinhibida,..) y rechazar lo enigmático, esa diferencia que supone algo intolerable para cada uno, es una crueldad contra lo más íntimo del sujeto que resuena en cada uno y cuestiona nuestra propia manera de hacer.

El bullying genera, en su tipología ideal, una extraña pareja que comparte una experiencia siniestra: los signos extraños no son ajenos a ninguna de las partes, suenan a familiares. Tornan a cada componente de la pareja del bullying solidario con el otro. Este malentendido inconsciente que empareja al elemento actuador (agresión) con el inhibido (falta de respuesta del agredido) reclama ser elaborado, más allá del trabajo de evitación de las conductas, en un relato comprensible. La polaridad entre la actividad del acosador, que apunta a algo del acosado que flojea, y la inhibición de éste es una clave esencial en la lectura de la fenomenología del acoso.

“Llanto, miedo, ira”, Oswaldo Guayasamín.


María José: Otro tipo de violencia que ha proliferado es el maltrato infantil, en Chile la mayoría de las denuncias efectuadas y las medidas de protección realizadas son por “negligencia o inhabilidad parental”,pero también hay un porcentaje ligado al abuso sexual, maltrato físico, experiencias tempranas abusivas, violentas y de desprotección, lo que puede ser pensado como un encuentro con el Goce del Otro, qué intervención posible en estos casos y que respete la singularidad.

José Ramón Ubieto: El tristemente famoso caso de la pequeña Alba, niña catalana gravemente maltratada por sus cuidadores (madre y pareja) sin que los diferentes servicios lo hubieran evitado, y otros muchos sucesos de menores ingresados en el hospital a causa de los graves malos tratos infligidos por su padres, han hecho emerger otra de las figuras modernas de la violencia: el padre maltratador. Se suma a la serie de los hombres maltratadores, de los jóvenes violentos y de los xenófobos de todo tipo. De hecho, es una figura antigua bien catalogada en la literatura, en las crónicas de sucesos y en los informes anuales de múltiples ONG y organismos públicos. No olvidemos que la Convención sobre los Derechos del Niño es todavía muy reciente (1989).

Lo nuevo frente a esa repetición está en la respuesta social, en la voluntad de protección que toma a su cargo el Estado y sus organismos judiciales, policiales y administrativos. En estos casos se han mostrado impotentes para ejercer esa protección y parece que la responsabilidad es compartida y por razones variadas: protocolarias, organizativas, competenciales. Todas ellas son mejorables y ya hay iniciativas en marcha que tratan de evitar que esa máquina burocrática acabe convirtiéndose en el mejor seguro para la vulnerabilidad de los menores.

El trabajo en red, como práctica colaborativa entre varios, es precisamente otra manera de hacer en la intervención con la infancia y adolescencia en riesgo que, más allá de la suma de protocolos y circuitos por donde circulan los casos de manera anónima, pone en el centro de la acción de los diferentes servicios el abordaje global del caso y la conversación interdisciplinar permanente como garantía de esa intervención. Intervención que no olvida nunca la singularidad de cada caso y de cada miembro del grupo familiar.

Pero incluso esto sigue siendo insuficiente, porque en la raíz de muchos de estos sucesos dramáticos hay un axioma que debiéramos cuestionar (nos): el peso de lo biológico en el lazo familiar. Seguimos creyendo que los lazos de sangre son sagrados y no deben por eso tocarse, que un padre o una madre "biológicos" - como se dice- tienen derecho per se a disponer de sus hijos más allá de los cuidados efectivos que les procuran.

Todavía encontramos algunos jueces y profesionales del ámbito de la infancia que conceden visitas a padres de niños tutelados, sea en centros residenciales o en familias de acogida, aun sabiendo que la posibilidad de retorno con ellos es inexistente y que los lazos con esos padres son a veces nulos y en otros casos claramente perjudiciales. Sus síntomas pre-visita y post-visita así nos lo enseñan: angustia, eczemas en la piel, inquietud motriz, trastornos del sueño y de la alimentación.

El argumento es que "su padre tiene derecho por su condición de procreador", olvidando que la paternidad es siempre una atribución, son los niños quienes autorizan al otro como padre y madre, una verdad que cualquier padre adoptivo o acogedor comprueba a diario. La familia, como bien sabían los romanos al distinguir el genitor del pater, no tiene nada de natural, es un artificio, una invención que cada civilización moldea bajo diferentes formas. Por eso la verdad que cuenta para cada niño, más allá de la biología, es cómo encuentra un lugar habitable en ese grupo familiar, un lugar que le permita ser acogido en su particularidad y no como instrumento de la voluntad de satisfacción de los que lo (mal) tratan.

Esta inexorabilidad de lo biológico está en el origen de muchas de las dificultades de los servicios y organismos públicos de protección a la infancia. Es por el peso de esa verdad que muchos actos quedan suspendidos y a veces imposibilitados. Así se olvida la prioridad del interés superior del menor, como principio jurídico del sistema legal de protección a la infancia y de la propia Convención sobre los Derechos del Niño.

“La madre”, Oswaldo Guayasamín.


María José: Gracias a los programas gubernamentales, de protección social y de salud mental, se ha instalado la idea que los actos violentos o la violencia tienen consecuencias a nivel psíquico, las cuales deben ser reparadas a través de “terapias reparatorias” estandarizadas, que muchas veces confrontan a los sujetos con experiencias de las que ya no quieren hablar, ¿cómo poder maniobrar analíticamente en estos casos?

José Ramón Ubieto: Hablar sobre el trauma tiene efectos que conocemos bien. Tratar ese real mudo y silencioso permite al sujeto otra elección subjetiva. Ahora bien esto no siempre es así para todos y en cualquier momento. Muchos sujetos hablan de situaciones de abuso sexual, acoso escolar o maltrato infantil cuando son adultos aunque, en algunos casos, hayan tenido oportunidad de hacerlo antes.

Ese silencio tiene siempre sus razones particulares y cuando tratamos de forzarlo mediante técnicas de psicoeducación y de sugestión, en nombre de un ideal de reparación sacando la verdad a cielo abierto, a veces nos encontramos con respuestas mutistas e incluso de desaparición del sujeto. Los supervivientes de los campos de concentración nos enseñaron mucho al respecto y algunos como Jorge Semprún tardaron tiempo porque eligieron la vida antes que la escritura.

El derecho al silencio debemos respetarlo como un derecho inalienable del sujeto y como signo del tiempo que cada uno necesita para encontrar un destino a ese real sufrido. La versión que luego nos ofrecerá, cuando esté dispuesto, será siempre una construcción, a su cargo, de esa experiencia que en ningún caso habrá que confrontar con la pretendida exactitud de los hechos. Dará cuenta más bien de la verdad y la satisfacción en juego.

María José: Una forma distinta de violencia – y esto es una hipótesis – se asocia a la violencia ejercida por las instituciones que resguardan los derechos avasallados (Centros de protección a niños, Juzgados de Familia, establecimientos educacionales, etc.), instituciones que en nombre de la protección, que se instala como un Ideal, terminan ejerciendo actos violentos y sin palabras que medien, o “medidas para todos igual” que terminan segregando en nombre de la igualdad. ¿Cómo poder pensar la violencia desde el Otro institucional?

José Ramón Ubieto: Finalizada la primera década de este Siglo XXI podemos decir que la tendencia “individualista”, junto a las falsas promesas del cientificismo, constituyen la base más firme de la nueva relación asistencial cuyas características y consecuencias podemos ya vislumbrar con claridad. Un primer rasgo evidente es la desconfianza del sujeto (paciente, usuario, alumno) hacia el profesional al que cada vez le supone menos un saber sobre lo que le ocurre (y por eso se ha institucionalizado la segunda opinión) y del que cada vez teme más se convierta en un elemento de control y no de ayuda. Las cifras actuales sobre las manifestaciones de protesta subjetiva a las propuestas médicas, que incluyen el boicot terapéutico (rechazo de lo prescrito), la falta de adherencia al tratamiento o los episodios de violencia en centros sanitarios o sociales son un claro signo de esta pérdida de la confianza en la relación asistencial.

Un segundo rasgo lo encontramos en la posición defensiva de los propios profesionales que hacen uso, de manera creciente, de procedimientos preventivos ante posibles amenazas o denuncias de sus pacientes. El miedo se constituye así en un resorte clave que condiciona la práctica asistencial y cuyas consecuencias no son banales. El tercer rasgo nos muestra una de esas consecuencias: la pérdida de calidad y cantidad del vínculo clínico-paciente. Ese dialogo basado en la escucha de la singularidad de cada caso, y que requería un encuentro cara a cara, con cierta constancia y regularidad, se ha transformado en un encuentro, cada vez más fugaz, de corta duración y siempre con la mediación de alguna tecnología (pruebas, ordenador, prescripción). El cuarto rasgo, correlativo del anterior, es el aumento notable de la burocracia en los procedimientos asistenciales. La cantidad de informes, cuestionarios, aplicativos, que un especialista psi debe rellenar superan ya el tiempo dedicado a la relación asistencial propiamente dicha.

Estas características configuran una nueva realidad marcada por una pérdida notable de la autoridad del profesional, derivada de la sustitución de su juicio propio (elemento clave en su praxis) en detrimento del protocolo monitorizado, una reducción del sujeto atendido a un elemento sin propiedades específicas (homogéneo), y que responde con el rechazo ya mencionado (boicot y violencia), y una serie de efectos en los propios profesionales diversos y graves: burn- out, episodios depresivos recurrentes, mala praxis.

El abuso de la categorización protocolizada y de la medicación generalizada en muchos niños y adolescentes muestra bien la forma que toma hoy esa violencia institucional. El caso del TDAH es un ejemplo claro. Para nosotros, analistas, la cuestión que nos importa, más allá de las discusiones nominalistas o etiológicas: ¿sabremos leer esos cuerpos agitados y/o indolentes que hablan de un malestar que interfiere en sus aprendizajes tomándolos como interlocutores? ¿O por el contrario vamos a reducirlos a cuerpos deficitarios que exigen correcciones bioquímicas o conductuales sin escuchar el sufrimiento subjetivo que implican? Ignorar la subjetividad y tomarlos como sujetos mudos es una modalidad de violencia institucional insostenible y más cuando se trata de niños y adolescentes.


María José: Muchas gracias por la disposición y por la transmisión.

Publicado al blog de Psicoanálisis en Chile: Psicoanálisis Entre Vistas

http://www.psicoanalisisentrevistas.com/

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Go pills: píldoras para la productividad




Publicado en Meteoro nº9. http://meteoro.elp.org.es/463-2/


Cuántos de los consumidores infantiles de psicoestimulantes se convierten en jóvenes adictos no está claro pero la oferta ha aumentado considerablemente. Cerca de 2,6 millones de adultos estadounidenses recibieron medicamentos para el TDAH en 2012, lo que supone un aumento del 53 por ciento en sólo cuatro años. El uso entre adultos de 26 a 34 años casi se duplicó.

Algunos abogados relatan como ellos y decenas de colegas jóvenes en sus empresas habían negociado consumir las pastillas para trabajar en la noche y facturar así cientos de horas extras al año, doblando su productividad y emocionado a sus jefes y clientes incondicionales. Luego, claro, vino la baja por taquicardia, sudoración profusa y ansiedad aguda debido a la pérdida de sueño, amén de divorcios y finalmente perdida de su trabajo e ingreso seis semanas en un centro de tratamiento de drogas.

Si los estadounidenses adoran la productividad laboral y cogen menos vacaciones que en cualquier otro país occidental ¿Por qué no añadir medicamentos para energizarse? Para eso está la neurología cosmética y el uso de neurotecnologías, para mejorar la función del cerebro de las personas sanas.

Hace unos años Adderall fue promocionado como una “píldora inteligente” pero después de muchas investigaciones mostró poca o ninguna mejoría en la cognición. Adderall está ganandose ahora una reputación como una “píldora de la productividad.” Su consumo original proviene de los pilotos militares que utilizan “go pills” (generalmente con las anfetaminas similares al Adderall) para mantener la concentración y el estado de alerta en misiones largas. Esa misma lógica se traslada ahora a la productividad laboral, la guerra de cada día en la jungla capitalista. ¿Quién es el guapo que renuncia a ese estímulo si todo su entorno lo usa?

Otro dato nos alerta sobre este uso generalizado de los psicoestimulantes como muleta para soportar el malestar en la civilización hipermoderna. Ya en su origen las anfetaminas se utilizaron como medicamentos de control de la obesidad. De hecho la Ritalina, cuyo nombre procede de la mujer, Rita, de su inventor tuvo ese uso. Ahora volvemos a los orígenes y la compañía Shire, principal fabricante de psicoestimulantes (Adderall) recibió la aprobación para utilizar Vyvanse, una anfetamina ampliamente prescrita hasta ahora para el tratamiento de la hiperactividad, para el nuevo Trastorno por atracones (BED) establecido en el DSM 5 desde hace dos año.[1]

Las ventas de Vyvanse aumentaron un 17 por ciento y estos datos no diferencian entre Vyvanse utilizado para el TDAH y trastorno por atracón (BED), pero las prescripciones para los adultos entre las cinco y seis semanas desde que salió al mercado subieron un 3 por ciento.

Esa misma lógica del ideal de funcionamiento superyoico, cuyo reverso Gustavo Dessal nos lo recordaba en estas mismas páginas[2], se aplica al deporte profesional o al llamado DSH (deseo sexual hipoactivo) que afectaría a muchas mujeres y para las cuales ya existe la receta: la flibanserina. Receta con un balance riesgo/beneficio poco favorable habida cuenta de los efectos secundarios que implica tomar un medicamento todos los días para alcanzar un promedio de 0,7 relaciones sexuales satisfactorias adicionales más por mes[3].

El circuito productivo, como el pulsional, parece cerrarse en sí mismo ignorando el vacío que lo constituye.

[1] “Workers Seeking Productivity in a Pill Are Abusing A.D.H.D. Drugs”. New York Times, April 18, 2015. http://www.nytimes.com/2015/04/19/us/workers-seeking-productivity-in-a-pill-are-abusing-adhd-drugs.html
[2] Gustavo Dessal. “El regreso de la palabra (o los chicos de Silicon Valley también lloran)” Meteoro nº 4. http://meteoro.elp.org.es/meteoro-no-3/
[3] http://www.forbes.com/sites/davidkroll/2015/06/04/more-complicated-than-pink-viagra-what-you-should-know-about-flibanserin-addyi/

miércoles, 25 de noviembre de 2015

II CONGRÉS SERVEIS SOCIALS Violències en els escenaris actuals





18 de desembre de 2015
Casa del Mar. Carrer d’Albareda, 1 de Barcelona

ACCES LLIURE


PROGRAMA
11 h Presentació de l’acte i de les conclusions del I Congrés Maria Rosa Monreal, comissionada 2013-2014 i Carolina Pastor, comissionada

12,15 h Tertúlia sobre “Impacte de les violències en la vida dels refugiats, amb Bru Rovira, escriptor ("Maternitats", "Vidas sin fronteras", "Africas") i reporter de guerra i Paula Farias coordinadora de les operacions de rescat d’immigrants en la Mediterrània i ex- Presidenta de Médicos Sin Fronteras (MSF). Autora de “Dejarse llover”, adaptada al cine per Fernando León de Aranoa amb el títol «A perfect day»
Moderà José Ramon Ubieto, membre del Comitè Assessor

13.15 h Cloenda i Brindis

Organitzen: COPC-TSCAT-CEESC-COPEC

martes, 24 de noviembre de 2015

El Trabajo en Red. María Fuster. 2015. Ayto de Lorquí (Murcia)









Introducción por José Ramón Ubieto
 
El trabajo en red: una respuesta posible a las crisis

La crisis en la que estamos inmersos es una crisis global que va más allá de sus componentes económicos y laborales. Es una crisis que pone en cuestión también los modelos asistenciales de salud, educación y servicios sociales.

El paradigma asistencial hoy dominante está basado en sistemas derivados de las organizaciones empresariales. Nacido al albor de la Nueva Gestión Pública implica consecuencias directas en la relación asistencial.

Para resumirlas en las cuatro principales diremos que supone una pérdida de confianza de los ciudadanos en los servicios y en los profesionales que les atienden. Como respuesta éstos tienden a adoptar posiciones defensivas para evitar las quejas o demandas que puedan surgir. Además este paradigma supone un aumento notable de la burocratización de la tarea profesional, lo que conlleva, como cuarto elemento, una pérdida de la calidad asistencial y del vínculo transferencial del profesional con el ciudadano. Hoy somos ya conocedores del alcance de estos efectos negativos y de los impasses que generan.

Afortunadamente hay otros paradigmas asistenciales posibles. Uno de ellos, basado en las prácticas colaborativas del trabajo en red, plantea otra manera de hacer donde lo individual y lo colectivo se articulan alrededor de dos objetivos básicos. Por una parte ayudar a los profesionales que intervienen a hacerse una representación compartida del caso, donde la mirada sobre lo global y lo singular permita captar la lógica interna de cada caso, sus líneas de fuerza, aquello que cojea pero sobre todo sus invenciones y logros. Es allí donde nos podemos apoyar para acompañar a las familiass en la búsqueda de respuestas a sus crisis.
Por otra parte esta orientación del trabajo colaborativo proporciona a los profesionales un apoyo mutuo frente a la angustia e incertidumbre que generan la complejidad y gravedad de las realidades asistenciales. Este apoyo posibilita que cada uno pueda sostener su acto profesional (clínico, educativo o social) sin verse obligado a precipitar su actuación forzado por la urgencia subjetiva y emocional.

Evidentemente esta propuesta no es sin dificultades. Algunas están relacionadas con el tiempo y las cargas de trabajo, otras con el intercambio de datos e informaciones.  Algunas con las tensiones políticas e institucionales entre departamentos y finalmente, la más importante, con las resistencias de los propios profesionales que no siempre están en buena disposición para compartir el trabajo, sea por desconocimiento, temor o falta de voluntad.

El trabajo realizado desde el Ayuntamiento de Lorquí es ejemplar por la disponibilidad y capacidad tanto de los profesionales de las diferentes redes como de los responsables institucionales.

Este libro es una buena muestra de la convicción que tienen en los beneficios del trabajo en red y en el hecho de que hoy es ya una elección forzada si queremos responder con eficacia y buen hacer a los retos y problemáticas que la ciudadanía tiene en estos tiempos de crisis.